Citas del libro

Historia de O

“Aquel al que se espera, porque se le espera, ya está presente, ya se muestra dueño y señor.”

“Tú confundes el amor con la obediencia. A mí me obedecerás sin amarme y sin que yo te ame.”

“O se alegraba de que René la hiciera azotar y la prostituyera porque su apasionada sumisión daba a su amante la prueba de su entrega.”

“Qué era René al lado de Sir Stephen? Cuerda de heno, amarra de paja, cadenas de corcho, éstos eran los símbolos de los lazos con que había querido sujetarla él, para desecharla tan pronto. Pero! qué seguridad, qué delicia la anilla de hierro que taladraba la carne y para siempre, la marca que nunca se borrará, la mano de un amo que te tiende un lecho de roca, el amor de un dueño que sabe apoderarse sin piedad de aquello que ama! Y O se decía que, a fin de cuentas, no había amado a René sino para aprender lo que era el amor y saber darse mejor, esclavizada y colmada a Sir Stephen.”

“¿Que no era libre? Ah, gracias a Dios, no lo era. Pero se sentía ligera, una diosa sobre las nubes, un pez en el agua, colmada de felicidad.”

“A René por el contrario, se le veía ciego de deseo ante ella, paralizado por un amor que él no había conocido hasta entonces, un amor lleno de inquietud, inseguro de ser correspondido y temeroso de desagradar.”

“Iba a tardar tanto en reducirla que al fin acabaría por enamorarse de su obra.”

“Lo que él le pedía, ella lo deseaba inmediatamente sólo porque él se lo pedía.”

“Aquellos que aman a Dios y a los que Dios abandona en la oscuridad son culpables porque han sido abandonados. Buscan sus faltas en su memoria.”

“Y es que René la dejaba libre y ella detestaba su libertad. Su libertad era peor que cualquier cadena.”

“Haces mal en asombrarte. Considera mejor tu amor. Se horrorizaría si comprendiera durante un solo instante que soy mujer y que estoy viva. Y no es olvidando las fuentes ardientes de la sangre como vas a cegarlas”

“Únicamente en los momentos en los que me haces sufrir cuando no corro peligro. No debiste aceptar ser un dios para mí, si los deberes de los dioses te dan miedo, y todo el mundo sabe que los dioses no son tan tiernos. Ya me has visto llorar. Ahora te queda el tomarle el gusto a mis lágrimas.”

“Su promesa la ataba tanto como las pulseras de cuero y las cadenas.”

“¿Quién se apiada del que espera? Se le reconoce fácilmente: por su mansedumbre, por su mirada atenta, pero, con una atención falsa, atentos a otra cosa que lo que están mirando: a la ausencia.”

“Él era demasiado joven para saber el impudor que hay en la inmovilidad y el silencio.”