“Por tanto, existen también la mujer apta para ser guardiana y la que no lo es. ¿O no son ésas las cualidades por las que elegimos a los varones guardianes?”

Fuente: [Dalton], Margarita; Colegio de México. Mujeres, diosas y musas: tejedoras de la memoria. Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer. Edición ilustrada. Editorial El Colegio de México, Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, 1996. ISBN 9789681206741, p. 258.
Fuente: La República.

Obtenido de Wikiquote. Última actualización 21 de noviembre de 2023. Historia
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Platón 164
filósofo griego clásico que creo la teoría de las ideas -427–-347 a.C.

Citas similares

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“… es necesario que nuestros guardianes y sus mujeres se dediquen a las mismas ocupaciones.”

Platón (-427–-347 a.C.) filósofo griego clásico que creo la teoría de las ideas
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“Quiénes son los guardianes de la historia?”

Noam Chomsky (1928) lingüista, filósofo y activista estadounidense
Esta traducción está esperando su revisión. ¿Es correcto?
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“Guardian es el periódico más insufrible del planeta Tierra.”

Elon Musk (1971) empresario e inventor sudafricano con nacionalidad estadounidense y canadiense
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“La sociedad es un manicomio cuyos guardianes son los funcionarios de policía.”

Johann August Strindberg (1849–1912) escritor y dramaturgo sueco

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“Tampoco hay nada menos apropiado para los guardianes que la embriaguez, molicie y pereza.”

Fuente: [Patella], Giuseppe. Simbolo, metafora e linguaggio: nella elaborazione filosofico-scientifica e giuridico-politica. Colaborador Franco Ratto. Editorial Edizioni Sestante, 1998. ISBN 9788886114431, p. 345.
Fuente: La República

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“Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. —Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice: —Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero. El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo: —Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo. Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse. El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino. —¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable. —Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella? El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. —Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.”

Ante la ley

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