Frases sobre feria

Una colección de frases y citas sobre el tema del feria, fe, va!, verdad.

Frases sobre feria

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“Podrán encontrar en esta feria lo mejor de nuestra literatura, lo mejor de nuestra creatividad, lo mejor de nuestro talento. Partiendo por nuestros premios Nobel, Pablo Neruda y Gabriela Mistral, siguiendo con nuestros premios Cervantes como es el caso de Gonzalo Rojas y mi amigo Jorge Edwards, que está presente con nosotros [aplausos]… También algunos que ya nos dejaron como es el caso de Vicente Huidobro o Pablo de Rokha o un gran antipoeta como es Nicanor Parra”

Sebastián Piñera (1949) presidente de Chile

Inauguración de la Feria del Libro de la Plaza de Armas de Santiago, 23 de abril de 2010
Nicanor Parra, a la fecha del discurso, aún estaba vivo.
Piñericosas
Fuente: El Mostrador (23 de abril de 2010) Sebastián Piñera “mata” a Nicanor Parra en celebración del Día del Libro http://www.elmostrador.cl/sin-editar/2010/04/23/sebastian-pinera-%E2%80%9Cmata%E2%80%9D-a-nicanor-parra-en-celebracion-del-dia-del-libro/

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“Me causa tristeza que una vez más se use Sevilla como un escaparate de la feria de las vanidades cuando hay ocho poblados chabolistas en la ciudad.”

Juan Manuel Sánchez Gordillo (1952) político de España

Sánchez Gordillo en 1995 sobre la boda que se iba a celebrar en Sevilla entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar http://elpais.com/diario/1995/03/17/espana/795394822_850215.html.

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“Este señor se compone sólo de letras. De muchísimas letras, se entiende, de un número astronómico de letras, pero al fin y al cabo sólo de letras.
Aquí está su amiga. Es, como se ve, de carne y hueso. ¡Y de qué carne! Da gusto verla, ¡y no digamos tocarla!
Los dos van ahora juntos a la feria. En la góndola y la noria todo va bien todavía. Pero luego llegan a una caseta de tiro al blanco; un tiro al blanco un poco extraño, esa es la verdad.
¡Pruébate a ti mismo!, puede leerse en grandes letras en la parte de arriba. Y más abajo figuran las reglas. Sólo son tres:
1. Cada tiro es un blanco garantizado.
2. Por cada blanco, un tiro gratis.
3. El primer tiro es gratuito.
El señor que rodea con el brazo la cintura de su amiga estudia atentamente el letrero. Quiere seguir su camino rápidamente, pero ella insiste en que haga uso de la ventajosa oferta. Quiere ver de lo que es capaz.
Pero el señor no quiere.
-¿Pero por qué no, cariño? ¿Qué tiene de malo?
Tiene de malo que hay que disparar sobre un blanco bastante insólito, sobre uno mismo, es decir, sobre la propia imagen reflejada en un espejo de metal. Y el señor de letras no se siente en absoluto lo bastante real para distinguir de una manera tan arriesgada entre sí y su imagen reflejada.
-¡O disparas -dice la amiga, por fin, furiosa-, o te dejo!
El sacude la cabeza. Entonces ella se va con otro, un carnicero que entiende de carnes y huesos.
El señor se queda solo y la sigue con la mirada. Cuando desaparece de su vista en el gentío, él se deshace lentamente en un pequeño montón de diminutas minúsculas y mayúsculas que la multitud pisotea al pasar.
La verdad es que para eso podría hacer disparado, ¿verdad?”

El espejo en el espejo

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“»En verdad, querida, me molestáis sin tasa y compasión; diríase, al oíros suspirar, que padecéis más que las espigadoras sexagenarias y las viejas pordioseras que van recogiendo mendrugos de pan a las puertas de las tabernas.
»Si vuestros suspiros expresaran siquiera remordimiento, algún honor os harían; pero no traducen sino la saciedad del bienestar y el agobio del descanso. Y, además, no cesáis de verteros en palabras inútiles: ¡Quiéreme! ¡Lo necesito «tanto»! ¡Consuélame por aquí, acaríciame por «allá»! Mirad: voy a intentar curaros; quizá por dos sueldos encontremos el modo, en mitad de una fiesta y sin alejarnos mucho.
»Contemplemos bien, os lo ruego, esta sólida jaula de hierro tras de la cual se agita, aullando como un condenado, sacudiendo los barrotes como un orangután exasperado por el destierro, imitando a la perfección ya los brincos circulares del tigre, ya los estúpidos balanceos del oso blanco, ese monstruo hirsuto cuya forma imita asaz vagamente la vuestra.
»Ese monstruo es un animal de aquéllos a quienes se suelen llamar “¡ángel mío!”, es decir, una mujer. El monstruo aquél, el que grita a voz en cuello, con un garrote en la mano, es su marido. Ha encadenado a su mujer legítima como a un animal, y la va enseñando por las barriadas, los días de feria, con licencia de los magistrados; no faltaba más.
¡Fijaos bien! Veis con qué veracidad —¡acaso no simulada!— destroza conejos vivos y volátiles chillones, que su cornac le arroja. “Vaya —dice éste—, no hay que comérselo todo en un día”; y tras las prudentes palabras le arranca cruelmente la presa, dejando un instante prendida la madeja de los desperdicios a los dientes de la bestia feroz, quiero decir de la mujer.”

Paris Spleen