“Stélnikov, que dejaba atrás la infancia, aspiraba a todo lo que fuese noble y elevado, consideraba la vida como un inmenso campo cerrado donde los hombres, respetando honradamente las reglas, competían en alcanzar la perfección. Cuando se dio cuenta de que no era así, no pensó que se había equivocado por haber juzgado de un modo demasiadamente esquemático la ordenación del mundo. Encerrado dentro de sí, durante mucho tiempo, lo que consideraba una ofensa, comenzó a acariciar la idea de erigirse en juez un día entre la vida y el oscuro elemento que la deforma, de asumir su defensa y vengarla. La desilución le hizo más cruel. La revolución le proporcionó las armas.”