Frases sobre previsto

Una colección de frases y citas sobre el tema del previsto, hombres, hombre, hombro.

Frases sobre previsto

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“me habia quedado tambien casi por completo sin contactos con quienes anteriormente mehabia permitido confrontaciones, es decir, confrontaciones intelectuales en diálogos y discusiones, de todas esas personas, con mi inmersión cada vez más rigurosa en mi trabajo científico, em había apartado y mantenido alejado cada vez más y, como tuve que comprender de pronto, de la forma más peligrosa y, a partir de un momento determinado, no había tenido ya fuerzas para reanudar todos esos lazos intelectuales necesarios, ciertamente había comprendido de pronto que, sin esos contactos, difícilmente podría avanzar, que sin esos contactosm probablemente, en un plazo previsible, no podría ya pensar, que pronto tampoco podría ya existir, pero me faltaban fuerzas para detener, mediante mi propia inicativa, lo que veía ya que se me acercaba, la atrofia de mi pensamiento producida por el apartamiento voluntariamente provocado, de todas las personas suceptibles de un contacto que excediera del más imprescindible, del llamado vernáculo, simplemente del derivado de las necesidades más apremiantes de la existencia en mi casa y su entorno inmediato, y habían pasado años ya desde que había dejado de mantener correpondencia, totalmente absorbido en mis ciencias, había dejado pasar el momento en que todavía hubiera sido posible reanudar esos contactos y correspondencia abandonados, todos mis esfuerzos en ese sentido habían fracasado siempre, porque en el fondo me habían faltado ya por completo, si no las fuerzas para ello, sí, probablemente, la voluntad de hacerlo, y aunque en realidad había comprendido claramente que el camino que había tomado y había seguido ya durante años no era el verdadero camino, que sólo podía ser un camino hacia el aislamiento total, aislamiento no sólo de mi mente y de mi pensamiento, sino en realidad aislamiento de todo mi ser, de toda mi existencia, siempre espantada ya, de todos modos, por ese aislamiento, no había hecho ya nada para remediarlo, había seguido avanzando siempre por ese camino, aunque siempre horrorizado por su lógica, temiendo continuamente ese camino en el que, sin embargo, no hubiera podido ya dar la vuelta; había previsto ya muy pronto la catástrofe, pero no había podido evitarla y, en realidad, se había producido ya mucho antes de que yo la reconociera como tal. Por un lado, la necesidad de aislarse por amor al trabajo científico es la primera de las necesidades deun intelectual, por otro, sin embargo, el peligro de que ese aislamiento se produzca de una forma demasiado radical que, en fin de cuentas, no tenga ya consecuencias estimulantes como se pretendía, sino inhibidoras e incluso aniquiladoras, en el trabajo intelectual es el mayor de los peligros y, a partir de cierto momento, mi aislamiento del entorno por amor a mi trabajo científico (sobre los anticuerpos) había tenido precisamente esas consecuencias aniquiladoras en mi trabajo científico. La comprensión llega siempre, como había tenido que reconocer en mi mente de la forma más dolorosa, demasiado tarde y sólo queda, si es que queda algo, la desesperación, o sea, la comprensión directa del hecho de que ese estado devastador y, por tanto, intelectual, sentimental y, en fin de cuentas corporalmente devastador, surgido de pronto, no puede cambiarse ya, ni por ningún medio.”

Yes

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“Medir las palabras no es necesariamente endulzar su expresión, sino haber previsto y aceptado las consecuencias de ellas.”

Abraham Lincoln (1809–1865) decimosexto presidente de los Estados Unidos

Fuente: Martínez Ruiz, Pedro. La felicidad a la vuelta de la esquina. Editorial Plataforma, 2014. ISBN 9788416096190.

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“Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. —Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice: —Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero. El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo: —Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo. Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse. El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino. —¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable. —Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella? El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. —Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.”

Ante la ley

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