Frases sobre vaquero

Una colección de frases y citas sobre el tema del vaquero, vida, vida, pantalón.

Frases sobre vaquero

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“Yo transmito que soy muy yo, y que voy de yo por la vida. Soy una tía a la que no doblan. Yo no renuncio a mis vaqueros ni a nada. Cuando deje de ser ministra seguiré siendo yo, que es mi verdadero cargo.”

Carmen Calvo Poyato (1957) escritora y política española

Ministra de Cultura
Fuente: enlace https://elpais.com/diario/2005/09/18/ultima/1126994401_850215.html El País.

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“Teníamos un pacto de muerte. Tengo que llevar a cabo mi parte del trato. Por favor, enterradme cerca de mi nena, con mi chaqueta de cuero, mis vaqueros y mis botas de motorista. Adiós.”

Sid Vicious (1957–1979) músico británico

Fuente: "Punk Diary: The Ultimater Trainspotter's Guide to Underground Rock, 1970-1982" (2005).

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“Hoy esos hombres y mujeres van a Tailandia, a Filipinas, a Botswana, a Bolivia y a cualquier parte donde esperan encontrar gentes que necesitan con desesperación un trabajo. Van a esos países con la intención deliberada de explotar a los desdichados, a seres que tienen hijos desnutridos o famélicos, que viven en barrios de chabolas y que han perdido toda esperanza de una vida mejor; que incluso han dejado de soñar en un futuro. Esos hombres y mujeres salen de sus fastuosos despachos de Manhattan, de San Francisco o de Chicago, se desplazan entre los continentes y los océanos en lujosos jets, se alojan en hoteles de primera categoría y se agasajan en los mejores restaurantes que esos países puedan ofrecer. Luego salen a buscar gente desesperada.
Son los negreros de nuestra época. Pero ya no tienen necesidad de aventurarse en las selvas de África en busca de ejemplares robustos para venderlos al mejor postor en las subastas de Charleston, Cartagena o La Habana. Simplemente reclutan a esos desesperados y construyen una fábrica que confeccione las cazadoras, los pantalones vaqueros, las zapatillas deportivas, las piezas de automoción, los componentes para ordenadores y los demás miles de artículos que aquéllos saben colocar en los mercados de su elección. O tal vez prefieren no ser los dueños de esas fábricas, sino que se limitan a contratar con los negociantes locales, que harán el trabajo sucio por ellos.
Esos hombres y mujeres se consideran gente honrada. Regresan a sus países con fotografías de lugares pintorescos y de antiguas ruinas, para enseñárselas a sus hijos. Asisten a seminarios en donde se dan mutuas palmadas en las espaldas e intercambian consejos sobre cómo burlar las arbitrariedades aduaneras de aquellos exóticos países. Sus jefes contratan abogados que les aseguran la perfecta legalidad de lo que ellos y ellas están haciendo. Y tienen a su disposición un cuadro de psicoterapeutas y otros expertos en recursos humanos, para que les ayuden a persuadirse de que, en realidad, están ayudando a esas gentes desesperadas.
El esclavista a la antigua usanza se decía a sí mismo que su comercio trataba con una especie no del todo humana, a cuyos individuos ofrecía la oportunidad de convertirse al cristianismo. Al mismo tiempo, entendía que los esclavos eran indispensables para la supervivencia de su propia sociedad, de cuya economía constituían el fundamento. El esclavista moderno se convence a sí mismo (o a sí misma) de que es mejor para los desesperados ganar un dólar al día que no ganar absolutamente nada. Y además se les ofrece la oportunidad de integrarse en la más amplia comunidad global. Él o ella también comprenden que esos desesperados son esenciales para la supervivencia de sus compañías, y que son los fundamentos del nivel de vida que sus explotadores disfrutan. Nunca se detienen a reflexionar sobre las consecuencias más amplias de lo que ellos y ellas, su nivel de vida y el sistema económico en que todo eso se asienta están haciéndole al planeta, ni sobre cómo, finalmente, todo eso repercutirá en el porvenir de sus propios hijos.”

Confesiones de un gángster económico

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“Quería probar si existen ciertas ventanas temporales de maduración netamente definidas durante las cuales formamos nuestros gustos culturales (…) en concreto, si existe una edad determinada a la que las ventanas de apertura se cierran por completo.

Mientras un CD con éxitos de Wagner tocados con ukelele atronaba junto a mi oficina, me preguntaba: ¿cuándo se forman nuestros gustos musicales y cuándo dejamos de estar abiertos a escuchar nuevas músicas? Empezamos a llamar a emisoras de radio especializadas en períodos musicales concretos: rock contemporáneo, música de los setenta tipo ""Starway to Heaven"", las emisoras de doo-wop de los cincuenta, etc. ""¿Cuándo fue introducida por primera vez la música que ponéis en vuestro dial? ¿Cuál es la edad media de vuestros oyentes?""

Surgió un patrón claro: no hay muchas personas de 17 años que sintonicen a las Andrew Sisters, en las comunidades de jubilados no se escucha mucho a Rage Against The Machine y los mayores fans de sesenta minutos ininterrumpidos de James Taylor están empezando a llevar vaqueros holgados.
Descubrimos que la mayoría de la gente tenía 20 años o menos cuando decidió qué tipo de música escuchar el resto de su vida. (…) Si tienes más de 35 años cuando se introduce un nuevo tipo de música popular, existe más de un 95% de posibilidades de que nunca elijas escuchar esa música. La ventana se ha cerrado.”

Monkeyluv: And Other Essays on Our Lives as Animals

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