Frases sobre manga

Una colección de frases y citas sobre el tema del manga, mismo, puede, larga.

Frases sobre manga

Max Lucado Foto
David Foster Wallace Foto

“Lo fundamental de la escoba, las cerdas o el mango, depende de si se quiere barrer o romper ventanas”

David Foster Wallace (1962–2008) Escritor estadounidense

Conversations with David Foster Wallace

Rodrigo Bueno Foto
Haruki Murakami Foto
Charles Baudelaire Foto
Luis Juez Foto
Luis Juez Foto

“Cuando nosotros detectamos que se han vulnerado mis derechos de propiedad intelectual… El último as, te guardas el de la manga”

Fuente: Entrevista en Antena 3 http://www.youtube.com/watch?v=YRdx_ZOmoS8

“Tejer y destejer la manga del jersey de Penélope a lo largo de los días con un ovillo con el que juega el gato, en eso consiste en el fondo la literatura.”

Manuel Vicent (1936) escritor español

Citas por temas, Literatura
Fuente: [Vicent], Manuel. El cuerpo y las olas (contracubierta). Madrid: Alfaguara, 2007. ISBN 978-84-204-7264-5. https://www.megustaleer.com/libro/el-cuerpo-y-las-olas/ES0136417
Fuente: El cuerpo y las olas (2007)

Eduardo Galeano Foto
Bola de Nieve Foto
Luca Prodan Foto
Dilma Rousseff Foto

“[José Serra] está más para manga (de viento) de aeropuerto. Está cada día de un humor [diferente]. Cambia de posición dependiendo de la platea. Típico de una manga de aeropuerto. Ella actúa con el viento, cambia de lado […]”

Dilma Rousseff (1947) Presidenta de Brasil

Sobre su contendiente socialdemócrata José Serra (PSDB) a la presidencia del Brasil.
Fuente: Estadão http://www.estadao.com.br/noticias/nacional,eu-nao-sou-o-pitta-e-lula-nao-e-o-maluf-diz-dilma,540777,0.htm, Portal de noticias Terra. http://noticias.terra.com.br/brasil/noticias/0,,OI4393768-EI7896,00-Chamado+de+biruta+Serra+diz+que+nao+vai+pegar+no+pe+de+Dilma.html

Juanjo Ballesta Foto
Doctor Tangalanga Foto
Alejandro Dolina Foto
Javier Negrete Foto

“Cuando regresó, el hijo del posadero le entregó las ropas del guerrero, limpias y dobladas. Mikhon Tiq las subió al sobrado y las colocó en orden junto a sus armas. Eran ropas de estilo Ainari, aunque mezclado con algunos detalles bárbaros del Norte. Las botas, que el propio rapaz había encerado, estaban arrugadas en los tobillos, casi cuarteadas; botas de espadachín acostumbrado a doblar las piernas y girar los pies en la danza del combate. Las mangas de la casaca eran amplias. Sin duda su dueño las utilizaba para guardar en ellas las manos y ocultar así las emociones, según la costumbre de Áinar. Pero tenían corchetes de latón para que, llegado el momento de la pelea, pudieran ceñirse a las muñecas y no estorbar los movimientos. El talabarte, ya descolorido, tenía una pequeña vaina a la derecha para el colmillo de diente de sable que sólo los Tahedoranes podían llevar. A la izquierda había dos trabillas de piel con sendas hebillas para colgar la funda de la espada. Éste era otro detalle que lo delataba. Los guerreros normales llevan una sola hebilla, de forma que la espada cuelgue junto al muslo. Los maestros de la espada, sean Ibtahanes o Tahedoranes, necesitan dos para que la espada se mantenga horizontal; de esta manera pueden sujetar la vaina con la mano izquierda y extraer el arma a una velocidad fulgurante, en el movimiento letal conocido como Yagartéi que es en sí mismo un arte marcial. Pero lo que más llamaba la atención de Mikhon Tiq era la propia espada. Hacía años que no veía una auténtica arma de Tahedorán. La funda era de cuero repujado, reforzada con guarnición y punta de metal, y con dos pequeños bolsillos a ambos lados. Uno de ellos contenía una navaja con un pequeño gavilán en forma de gancho; de este modo servía de arma y a la vez de herramienta para desmontar la empuñadura de su hermana mayor. En la otra abertura había papel de esmeril para sacar filo a la hoja; aunque un Tahedorán sólo haría esto en una emergencia, pues los aceros dignos de tal nombre deben ser bruñidos y afilados por maestros pulidores. En torno a la empuñadura de la espada corría una fina tira de piel, enrollada y apretada con fuerza para evitar que la mano resbalara al aferrarla. Mikhon Tiq miró de reojo a Linar. Tenía el ojo cerrado; o dormía o estaba encerrado en su mundo interior. En cuanto al guerrero, su respiración bajo la manta era profunda y pausada. Mikhon Tiq sintió la tentación de desenvainar la espada para examinar la hoja. Pero aquello habría sido una afrenta, como desnudar a una doncella dormida, así que apartó las manos del arma y procuró pensar en otras cosas.”

Javier Negrete (1964) escritor español

La Espada de Fuego

Jorge Fernández Díaz Foto
John Berger Foto

“La calle del Faubourg Saint-Antoine era muy larga. Comenzaba en lo que antes había sido un faubourg, un barrio de las afueras, situado al este de la ciudad antigua. Mucho antes de la Revolución, ya era una zona de artesanos, donde se encontraban la mayoría de los carpinteros y ebanistas. Pese a las ideas republicanas, y a veces radicales, que en general defendían, muchos de aquellos hábiles artesanos y pequeños comerciantes eran, como Petit, muy conservadores en lo que concernía al núcleo familiar. No obstante, más de un monarca había podido comprobar en el pasado que, cuando se echaban a la calle, eran implacables. Petit emprendió la caminata con paso febril. La nieve se había fundido y las calles estaban secas. Al cabo de poco, llegó al lugar donde antes se alzaba la fortaleza de la Bastilla y que entonces no era más que un gran espacio vacío sobre el que flotaba un cielo gris de negros presagios. Allí comenzaba la ciudad antigua. A partir de ese punto, la calle ya no se denominaba faubourg, sino simplemente calle Saint-Antoine. Al cabo de un centenar de metros, volvía a cambiar de nombre, adoptando el de Rivoli. Con aquel prestigioso nombre, conducía a la antigua plaza del mercado de la Grève, contigua al río, donde habían reconstruido el ayuntamiento, el Hôtel de Ville, al que le habían conferido un aspecto de enorme y ornamentado castillo. Después pasó por el antiguo Châtelet, donde en la Edad Media administraba justicia el preboste. Aunque había aminorado el paso, Petit todavía caminaba deprisa y, pese al frío, sudaba un poco. Finalmente, se cepilló con gesto inconsciente las mangas del abrigo cuando entró en la zona más regia de la calle de Rivoli, con la larga serie de arcadas que se sucedían frente al solemne palacio del Louvre y los jardines de las Tullerías, hasta que llegó al vasto espacio despejado de la plaza de la Concordia. Llevaba caminando más de una hora. Su ira se había transformado en una sombría y amarga rabia impregnada de desesperación. Torció hacia el bonito templo clásico de la Madeleine. Justo al oeste de la Madeleine, empezaba otro de los grandes bulevares residenciales proyectados por el barón Haussmann. El bulevar de Malesherbes partía de allí en diagonal para acabar en una de las puertas noroccidentales de la ciudad, más allá del final del parque Monceau. El serio carácter del bulevar adquiría un aire más moderno en los sectores próximos a la Madeleine, precisamente en la zona donde se encontraba, en un gran edificio de la Belle Époque, el piso de Jules Blanchard.”

Edward Rutherfurd (1948) escritor británico

París

Jordi Sierra i Fabra Foto
Tennessee Williams Foto
Ricardo Piglia Foto
Frank Harris Foto
Elizabeth Kostova Foto
Indro Montanelli Foto
Raymond Aubrac Foto