Frases sobre extinción

Una colección de frases y citas sobre el tema del extinción, humana, puede, vida.

Frases sobre extinción

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“Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano: la guerra contra su extinción.”

Isaac Asimov (1920–1992) escritor estadounidense

Sin fuentes
Variante: Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano: la guerra contra su extinción.

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“«Toda máquina está en proceso de extinción».”

Adolfo Bioy Casares (1914–1999) escritor argentino

Bioy Casares, 1959, 89
Citas de sus libros, Guirnalda con amores (1959)

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“El hombre es un organismo excesivamente complicado. Si está condenado a la extinción morirá por falta de simplicidad.”

Ezra Pound (1885–1972) poeta, ensayista, músico y crítico estadounidense

Frases célebres

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“¿Pero no ves que toda vida, toda creación en el campo que sea, todo acto de amor, no es más que una rebeldía contra la extinción, no importa que sea falsa o verdadera, que dé resultados o no?”

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Variante: ¿Pero qué no ves que toda vida, toda creación en el campo que sea, todo acto de amor, no es más que una rebeldía frente a la extinción, no importa que sea falsa o verdadera, que dé resultados o no?

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“Para mediados del siglo [XXI], 100.000 de las aproximadamente 300.000 especies que existen habrán desaparecido o estarán en vías de extinción.”

Peter Hamilton Raven (1936) botánico estadounidense

Sin fuentes
Dirigiéndose a los asistentes al decimosexto Congreso Internacional de Botánica, celebrado en Estados Unidos.

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“Las extinciones en curso en todo el mundo prometen ser por lo menos tan grandes como la extinción masiva que se produjo al final de la era de los dinosaurios.”

Edward Osborne Wilson (1929) biólogo estadounidense (n. 1929)

Fuente: Citado en: Jamie Murphy y Andrea Dorfman, The Quiet Apocalypse, Time (13 de octubre de 1986).

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“¿Me parece casi inconcebible que incluso individuos inteligentes puedan aún, en contra de toda evidencia, creer en el hombre y en la mayoría, chocando una y otra vez con el mismo obstáculo. ¿Cómo puede uno negar incluso en la actual situación que el ser humano es posible sólo cuando otros seres humanos con más visión le imponen disciplina y prohibiciones, le oprimen para impedir que satisfaga sus impulsos destructivos, que se suicide? ¿Cómo puede uno justificar la democracia? No está suficientemente claro que a no ser que el hombre, el mundo occidental, gane en humildad y prudencia, arrasará y rapiñará con seguridad el globo hasta dejarlo en sus huesos, sin importar que pueda reutilizar los productos químicos o cambiar los métodos de producción de energía? ¿Cómo se puede ignorar que si nos aferramos al dominio del hombre sobre la naturaleza y mantenemos el valor que la vida humana tiene en el mundo occidental, esto nos llevará de cabeza al agujero negro de la extinción? ¿Cómo puede alguien estar tan enfermo como para afirmar que toda vida humana tiene el mismo valor y que la humanidad debe regirse por esta moral, sin tomar en consideración los números? Para mí está claro que cada vez que un niño nace, el valor de la vida decrece ligeramente. Me resulta obvio que la moral que rige en estos tiempos de explosión demográfica es completamente diferente a la que se aplicaba cuando el hombre era una especie escasa y noble, en sus comienzos.”

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“En 1794 el escritor saboyano, aunque ruso de adopción, Xavier de Maistre escribió un delicioso relato, Viaje alrededor de mi habitación, en el que se describe de modo autobiográfico la vida de un oficial que, obligado por una convalecencia a permanecer 42 días encerrado en su cuarto, viaja con su imaginación por un territorio riquísimo en referencias y en pensamientos. El protagonista del texto es un verdadero cosmopolita, un ciudadano del mundo en el sentido literal, a pesar de que está recluido entre cuatro paredes. Me acuerdo con frecuencia del libro de Xavier de Maistre cuando escucho los balances que muchos hacen de sus travesías del mapamundi en viajes organizados, y en los que se plantea una situación inversa a la del argumento literario de aquél: recorren vastos espacios pero su imaginación —o su falta de imaginación— los atrapa en un territorio pobrísimo, tanto en referencias como en pensamientos. Consumen grandes cantidades de kilómetros aunque, como viajeros, atesoran una escasa experiencia de sus viajes. Son, por así decirlo, la vanguardia de los provincianos globales y, en ningún caso, al contrario del oficial convaleciente de Xavier de Maistre, son cosmopolitas ni aspiran a serlo.

El provinciano global es una figura representativa de una época, la nuestra, que empuja al cosmopolita hacia una suerte de clandestinidad. El cosmopolita, personaje en extinción, o quizá provisionalmente retirado a las catacumbas del espíritu, es alguien que desea habitar la complejidad del mundo. Es un amante de la diferencia, ansioso siempre de explorar lo múltiple y lo desconocido para volver a casa, si es que vuelve, con el bagaje de los sucesivos saberes que ha adquirido. El cosmopolita, al no soportar la excesiva claustrofobia de la identidad propia, busca en el espacio absorto de lo ajeno aquello que pueda enriquecer su origen y sus raíces. El hijo pródigo de la parábola bíblica encarna a la perfección ese anhelo: el conocimiento de los otros es finalmente el conocimiento de uno mismo. El cosmopolita quiere saber.

El provinciano global quiere acumular mientras, simultáneamente, elimina o aplana las diferencias. Hay muchos signos en nuestro tiempo que señalan en esa dirección, sin que se adivine cómo el que todavía posee la vieja alma del cosmopolita pueda oponerse. Por su espectacularidad y por su carácter reciente el turismo de masas es, sin duda, uno de esos signos. Cada vez se elevan más voces proclamando el carácter pandémico de un fenómeno que, paradójicamente, en sus inicios se consideró liberador porque el igualitarismo del viaje parecía la continuación lógica de la creencia ilustrada en el igualitarismo de la educación. Sin embargo, cualquiera que se pasee por las antiguas ciudades europeas o, con otra perspectiva, por las zonas aún consideradas exóticas del planeta, puede percibir con facilidad el alcance de una plaga que está solo en sus comienzos. Los centros históricos de las urbes ya son casi todos idénticos, como idénticos son los resorts en los que se albergan los huéspedes de los cinco continentes. La diferencia ha sido aplastada, dando lugar al horizonte por el que se mueve con comodidad el provinciano global.”

Rafael Argullol (1949) Escritor
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