Frases sobre permiso

Una colección de frases y citas sobre el tema del permiso, vida, vida, alguno.

Frases sobre permiso

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“Extraño como un pato en el Manzanares,
torpe como un suicida sin vocación,
absurdo como un belga por soleares,
vacío como una isla sin Robinson,
oscuro como un túnel sin tren expreso,
negro como los ángeles de Machín,
febril como la carta de amor de un preso…,
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Perdido como un quinto en día de permiso,
como un santo sin paraíso,
como el ojo del maniquí,
huraño como un dandy con lamparones,
como un barco sin polizones…,
así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Vencido como un viejo que pierde al tute,
lascivo como el beso del coronel,
furtivo como el Lute cuando era el Lute,
inquieto como un párroco en un burdel,
errante como un taxi por el desierto,
quemado como el cielo de Chernovil,
solo como un poeta en el aeropuerto…,
así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Inútil como un sello por triplicado,
como el semen de los ahorcados,
como el libro del porvenir,
violento como un niño sin cumpleaños,
como el perfume del desengaño…,
así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Amargo como el vino del exiliado,
como el domingo del jubilado,
como una boda por lo civil,
macabro como el vientre de los misiles,
como un pájaro en un desfile…,
así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.”

Joaquín Sabina (1949) cantautor español
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“Es más fácil pedir perdón que pedir permiso.”

Grace Murray Hopper (1906–1992) informática y militar estadounidense

Variante: «Si es una buena idea, continuad y llevadla a término. Es mucho más fácil pedir disculpas que conseguir el permiso necesario».
Fuente: Citado en la revista Chips Ahoy de la Marina de los EE.UU. (Julio de 1986)
Fuente: Citado en: Built to Learn : The inside story of how Rockwell Collins became a true learning organization (2003). Cliff Purington, Chris Butler, y Sarah Fister Gale, p. 171

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“Hoy me he sorprendido sin el permiso de mis labios.”

Alejandro Sanz (1968) cantautor y músico español

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“Con vuestro permiso.”

Gustavo Cerati (1959–2014) músico de rock argentino

En El Último Concierto, en el estadio monumental antes de tocar "Lo que sangra (la cúpula)".

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“El que se baja una película sin permiso de su propietario o de sus propietarios está incumpliendo la ley y es un sinvergüenza, un pirata y un estafador.”

Enrique Cerezo (1947) productor cinematográfico español y presidente del Atlético de Madrid

Fuente: Enrique Cerezo insultando el día de la entrada en vigor de la ley Sinde-Wert https://www.youtube.com/watch?v=lWJvQ5RTGGM, YouTube, 1 de marzo de 2012.

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“A temprana edad conocimos el gusto de la grandeza y de la fama, y sin pedirle permiso a los oráculos nos erigimos en los profetas del mal y de la destrucción.”

Gonzalo Arango (1931–1976) poeta, periodista y filósofo colombiano

Fuente: Lozada Flórez, Félix Ramiro. Literatura colombiana. 2ª Edición. Editorial F.R. Lozada Flores, 2002. ISBN 9789583331459.
Fuente: Terrible 13 manifiesto nadaísta.

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“Aquel gentío, aquellos gritos, 《¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!》, aquellas banderas españolas… Nadie trabajaba esa tarde. Las empresas habían dado permiso a sus empleados para ir a recibir al 《salvador》de la patria. Y la gente, como una alfombra extendida sobre las calles, lo llenaba todo, hasta el último rincón. ¿La misma gente que había luchado por la República? ¿La misma cuyos padres, maridos o hijos habían caído en el frente? ¿La misma que soportó los atroces bombardeos que buscaban crear el máximo miedo en la población civil? ¿La misma que pasó hambre y frío? Aquella mañana del 26 de enero de 1939, viendo a las tropas victoriosas entrando por la Diagonal, se preguntó de dónde sacaban los supervivientes las banderas, y si el entusiasmo y la alegría eran reales o un simple alivio por el fin de la guerra. Habían pasado poco más de diez años y todo seguía igual o… Banderas, saludos fascistas, gritos de adhesión al vencedor.
¿Tan rápido el olvido?
¿Tanta necesidad de paz a cualquier precio?
¿Tanto miedo que masticar y tragar con tal de seguir adelante?
¿Y los más de cien mil cadáveres enterrados en cunetas y montañas, fosas comunes y cementerios, a la espera de un tiempo mejor en el que volver a merecer un respeto y recuperar su dignidad, mientras el régimen seguía fusilando y aumentando la cuenta?
El dictador volvía por tercera vez a Barcelona y allí estaba la ciudad rendida a sus pies.
Tal vez los que permanecían en sus casas fueran más numerosos, mucho más, pero ellos callaban.
También lo hacían algunos de los presentes, obligados a presenciar toda aquella parafernalia porque si no podían ser represaliados por sus empresas, que en caso de estar lejos habían puesto autocares para la movilidad de sus empleados. Era un día sin excusas. Hasta los enfermos debían curarse milagrosamente.”

Jordi Sierra i Fabra (1947) escritor y periodista
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“Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. —Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice: —Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero. El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo: —Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo. Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse. El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino. —¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable. —Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella? El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. —Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.”

Ante la ley

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“¡Con permiso! … Ah, y le sugiero que para la próxima vez que se enamore, ¡no sea tan cobarde! Tita”

Laura Esquivel (1950) escritora mexicana

Como agua para chocolate
Variante: Ah, y le sugiero que para la próxima vez que se enamore, ¡no sea tan cobarde!

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“No se debe abandonar el puesto sin permiso de aquel que manda. El puesto del hombre es la vida.”

Pitágoras (-585–-495 a.C.) filósofo y matemático griego

Fuente: [Señor] (1997), p. 574.

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“Los permisos igualitarios son aquellos que concediendo el mismo derecho consiguen que cada progenitor se quede el mismo tiempo a cargo de su bebé en solitario durante el primer año de vida del hijo o la hija, sin que tengan que ser simultáneos.”

María Pazos Morán (1953) Matemática y feminista española

Fuente: Entrevista a María Pazos https://www.publico.es/sociedad/leyes-dicen-hombres-y-mujeres.html, Diario Público (29 de julio de 2018)

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“Pero Hitler no se esforzó por la aniquilación de los judíos, hizo hincapié en ese hecho en la vida pública y en los periódicos. Hitler simplemente dijo al principio que la influencia judía era demasiado grande, que de todos los abogados en Berlín, el ochenta por ciento eran judíos. Hitler pensaba que un pequeño porcentaje de la gente, los judíos, no debería tener permiso para controlar el teatro, el cine, la radio, etcétera.”

Franz von Papen (1879–1969) político alemán

A Leon Goldensohn, el 30 de marzo de 1946.
Original: «But Hitler didn't strive for the annihilation of the Jews - he stressed that fact in public life and in the newspapers. Hitler merely said at the beginning that Jewish influence was too great, that of all the lawyers in Berlin, eighty percent were Jewish. Hitler thought that a small percentage of the people, the Jews, should not be allowed to control the theater, cinema, radio, et cetera.»
Fuente: Goldensohn, Leon. The Nuremberg Interviews: Conversations with the Defendants and Witnesses. Edición anotada. Editorial Random House, 2010 ISBN 9781409078449. p. 180.

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