Frases sobre caída
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“La caída de un hombre está en relación con la altura a la que ha llegado.”

Héctor del Mar (1942–2019) locutor de radio y televisión español de origen argentino

“Si ves a una señora con una teta al aire es que se le ha caído el bebé.”

Héctor del Mar (1942–2019) locutor de radio y televisión español de origen argentino
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“No quiero lágrimas ni flores, hoy me despido: el 20-N me inmolo en el Valle de los Caídos.”

Toni el Sucio artista español

Fuente: «Hidden track» http://www.hhgroups.com/letra-5731/Los-Chikos-del-Maiz-Hidden-track/ en Pasión De Talibanes (Los Chikos del Maíz).

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“En la historia, la muerte se ha llamado "decadencia" y su proceso ha sido seguido sólo desde el punto de vista de la desintegración, de la caída del protagonista, en un sentido lineal de una sola dimensión, como si fuese un simple debilitamiento, una pérdida de poder y nada más.”

María Zambrano (1905–1991) Filósofa y ensayista española

Fuente: De la paganización.
Fuente: [Zambrano] (2007), p. 136. https://books.google.es/books?hl=es&id=J_swDwAAQBAJ&q=decadencia#v=snippet&q=decadencia&f=false En Google Books. Consultado el 22 de noviembre de 2019.

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“Charly, ¿cómo sabías que ibas a sobrevivir a la caida de un noveno piso?”

Charly García (1951) músico, compositor, multiinstrumentista, arreglista autor, cantautor y productor argentino
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“Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores, he colocado en el poder.”

Juan Manuel de Rosas (1793–1877) político argentino

Fuente: Fragmento de carta de Justo José de Urquiza a un tucumano 18 años después de Caseros, de fecha 3 de marzo de 1870 y publicada a fs. 326, tomo 3, de la Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas de Antonio Zinny, ed. 192º - cita de Raúl Rivanera Carlés, Rosas Pág. 132

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“Habría que fundir al señor Rocca, pero no lo vamos a hacer. Su plan es la caída del salario.”

Axel Kicillof (1971) político argentino

En referencia a Paolo Rocca, presidente de Techint.
Fuente: Tras la pelea, Kiciloff visitó una planta de Techint http://www.lanacion.com.ar/1507596-tras-la-pelea-kicillof-visito-una-planta-de-techint Diario La Nación, 12 de septiembre de 2012. Consultado el 20 de octubre de 2012.

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“Yo hallé siempre más bella la majestad caída que sentada en el trono.”

Ramón María del Valle-Inclán (1866–1936) escritor español

Fuente: Sonata de invierno.

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“El hombre que se levanta no es menos grande que el que no ha caído.”

Concepción Arenal (1820–1893) escritora y abogada española

Fuente: Cartas a los delincuentes.
Fuente: Arenal Ponte, Concepción. Cartas a los delincuentes (Anotado). Volumen 3 de Obras completas. Editorial eBookClasic, 2016. https://books.google.es/books?id=wjk9DwAAQBAJ&pg=PT37&dq=El+hombre+que+se+levanta+es+a%C3%BAn+m%C3%A1s+grande+que+el+que+no+ha+ca%C3%ADdo&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwjztPnw3affAhV6WxUIHf_bDgYQ6AEIPzAE#v=onepage&q=El%20hombre%20que%20se%20levanta%20es%20a%C3%BAn%20m%C3%A1s%20grande%20que%20el%20que%20no%20ha%20ca%C3%ADdo&f=false En Google Books.

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“Las mujeres son como los niños; sólo lloran por sus caídas, cuando las ven.”

Ignacio Manuel Altamirano (1834–1893) escritor, periodista, abogado, maestro y político

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“A la caída del Imperio romano de Occidente, la Iglesia lo sustituyó.”

Octavio Paz (1914–1998) poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano
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“Un fallo es avanzar hacia delante, una caida es un instante, de ver que hay que dejar correr el tiempo”

ZPU (1981) MC español

Nada Es Perfecto, Hombre De Oro, 2006

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“Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La”

Rayuela
Variante: Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad.

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“Aquel gentío, aquellos gritos, 《¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!》, aquellas banderas españolas… Nadie trabajaba esa tarde. Las empresas habían dado permiso a sus empleados para ir a recibir al 《salvador》de la patria. Y la gente, como una alfombra extendida sobre las calles, lo llenaba todo, hasta el último rincón. ¿La misma gente que había luchado por la República? ¿La misma cuyos padres, maridos o hijos habían caído en el frente? ¿La misma que soportó los atroces bombardeos que buscaban crear el máximo miedo en la población civil? ¿La misma que pasó hambre y frío? Aquella mañana del 26 de enero de 1939, viendo a las tropas victoriosas entrando por la Diagonal, se preguntó de dónde sacaban los supervivientes las banderas, y si el entusiasmo y la alegría eran reales o un simple alivio por el fin de la guerra. Habían pasado poco más de diez años y todo seguía igual o… Banderas, saludos fascistas, gritos de adhesión al vencedor.
¿Tan rápido el olvido?
¿Tanta necesidad de paz a cualquier precio?
¿Tanto miedo que masticar y tragar con tal de seguir adelante?
¿Y los más de cien mil cadáveres enterrados en cunetas y montañas, fosas comunes y cementerios, a la espera de un tiempo mejor en el que volver a merecer un respeto y recuperar su dignidad, mientras el régimen seguía fusilando y aumentando la cuenta?
El dictador volvía por tercera vez a Barcelona y allí estaba la ciudad rendida a sus pies.
Tal vez los que permanecían en sus casas fueran más numerosos, mucho más, pero ellos callaban.
También lo hacían algunos de los presentes, obligados a presenciar toda aquella parafernalia porque si no podían ser represaliados por sus empresas, que en caso de estar lejos habían puesto autocares para la movilidad de sus empleados. Era un día sin excusas. Hasta los enfermos debían curarse milagrosamente.”

Jordi Sierra i Fabra (1947) escritor y periodista
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“Constancio C. Vigil: “Desdichado del hombre que finca su fortuna en la caída de un árbol”.”

Héctor Aguilar Camín (1946) periodista, novelista e historiador mexicano

Adiós a los padres

“La psicología, al fin y al cabo, y en este sentido guarda claras similitudes tanto con el marxismo como con la tradición judeocristiana, propone una narración de autoengaño, sufrimiento necesario, declive y caída, seguida del alumbramiento de una conciencia y conocimiento de uno mismo, autosuperación y, en última instancia, recuperación. A mí me llama la atención, en las memorias de los centroeuropeos nacidos en torno al cambio de siglo, el número de personas (judíos sobre todo) que comentan lo en boga que estaban en aquella época el análisis, la «explicación», las categorías de la nueva disciplina (neurosis, represión, etcétera). Esta fascinación por profundizar más allá de la explicación superficial, por desmontar mistificaciones, por encontrar una historia que resultaba tanto más verdadera cuanto más la negaran aquellos a quienes describía, guarda una asombrosa semejanza con los procedimientos del marxismo.
En la versión freudiana, como en la marxista, la consideración clave es una fe ilimitada en el inevitable éxito del resultado si el proceso en sí mismo es correcto: dicho de otra forma, si se ha entendido correctamente y se ha superado el daño o el conflicto previo, se llega necesariamente a la tierra prometida. Y esta garantía de éxito es de por sí suficiente para justificar el esfuerzo necesario para llegar ahí. En palabras del propio Marx, él no se dedicaba a escribir las recetas de los libros de cocina del futuro; él simplemente prometía que esos libros de cocina futuros existirían si utilizábamos correctamente los ingredientes de hoy.”

Tony Judt (1948–2010) historiador británico

Thinking the Twentieth Century

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“A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas. Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror; si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto. Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo… no debes hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.”

Simone de Beauvoir (1908–1986) escritora, intelectual, filósofa existencialista, activista política, feminista y teórica social francesa

Memoirs of a Dutiful Daughter
Variante: A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas.
Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo
al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el
vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me
gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la
caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror;
si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto.
Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo... no debes
hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba
denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa
ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes
encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la
ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por
gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo
poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un
cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies
y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles
voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá
me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había
guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me
rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que
me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el
objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la
noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.

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“Algo arrojado a un rincón, trapo caído en un camino, mi ser innoble finge ante la vida.”

Fernando Pessoa (1888–1935) poeta portugués

Libro del desasosiego

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“Arrête, Matilde -le pidió-. Arrête, s'il te plaît. Me rindo -susurró en francés, con los brazos alzados y la cabeza caída. Su mano se abrió y las fotografías se regaron en torno a él.

Matilde supo que algo acababa de romperse en el interior de Eliah y sintió pánico.

-Estoy cansado de vivir de esta manera, lleno de angustia y de desesperación por el temor constante a perderte, por no se suficiente para ti, por anhelar que me ames más que a nadie, por considerarme menos, por no merecerte…

-Eliah, por favor…

-Déjame hablar. Le temo a tu juicio lo mismo que a mis errores, que son muchos, lo sé, pero están en el pasado y nada puedo hacer para cambiarlos. Le temo a tu condena. En verdad, tú estas muy por encima de mí…

-¡No! -clamó ella, e intentó acercarse, pero Al-Saud volvió a elevar los brazos y caminó hacia atrás.

-Te amo de un modo que no es bueno para mí, tampoco lo es para ti. A veces pienso que es una obsesión que terminará con los dos.”

Florencia Bonelli (1971) escritora argentina

Caballo de Fuego: Congo
Variante: Arrête, Matilde -le pidió-. Arrête, s'il te plaît. Me rindo -susurró en francés, con los brazos alzados y la cabeza caída. Su mano se abrió y las fotografías se regaron en torno a él.
Matilde supo que algo acababa de romperse en el interior de Eliah y sintió pánico.
-Estoy cansado de vivir de esta manera, lleno de angustia y de desesperación por el temor constante a perderte, por no se suficiente para ti, por anhelar que me ames más que a nadie, por considerarme menos, por no merecerte...
-Eliah, por favor...
-Déjame hablar. Le temo a tu juicio lo mismo que a mis errores, que son muchos, lo sé, pero están en el pasado y nada puedo hacer para cambiarlos. Le temo a tu condena. En verdad, tú estas muy por encima de mí...
-¡No! -clamó ella, e intentó acercarse, pero Al-Saud volvió a elevar los brazos y caminó hacia atrás.
-Te amo de un modo que no es bueno para mí, tampoco lo es para ti. A veces pienso que es una obsesión que terminará con los dos.

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“─Mi crimen ha sido querer más, no resignarme, lanzarme a volar por mi cuenta. Tal vez para ti mi crimen ha consistido en no haber estado más sometido a ti, en no haberte necesitado más, en no haber estado frente a ti en una constante situación de inferioridad. En que fueras tú la que dabas y yo el que recibía.

─No, Antero. Tu crimen ha sido el tomar las apariencias por realidades, el darle más importancia a las apariencias que a las realidades, el vivir en la mentira a sabiendas por miedo de enfrentar la realidad. Ese dinero que ha caído tan fugazmente sobre ti ha sido como la piedra de toque para probar la calidad del metal de tu alma. Ha podido servir para curarte de engaños y regresarte a las realidades, si es que alguna vez has vivido de ellas, y no en una especie de sueño que todo lo deforma y lo falsifica, y en el cual, al final, no sabes ni quién eres tú, ni quiénes somos los demás, ni qué te corresponde hacer. Pero no ha sido así; ni la experiencia fugaz de esta riqueza inmerecida, ni esta catástrofe, que debió servir para sacudirte hasta lo más profundo, han servido para sacarte de tus mentiras, para hacerte huir de ellas y ponerte a salvo en la verdad. Estabas huyendo, pero era de la cara de la realidad que asoma para continuar lejos viviendo en ese país del engaño del que nunca has sabido salir.”

Arturo Uslar Pietri (1906–2001) escritor y político venezolano

Chúo Gil y otras obras

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“El verdadero “está bien” me lo digo en el suelo, caído.”

Antonio Porchia (1885–1968)

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