Frases sobre piel
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“Sexo, amo tu sexo mujer, no creo en nada si no hacemos el amor, nexo entre tu piel y mi piel”

Luis Alberto Spinetta (1950–2012) Músico argentino

Citas de canciones por banda, Solista
Fuente: Los niños que escriben en el cielo, "Sexo" 1981

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“Te siento cuando te toco y cuando no te toco te siento. ¿Qué tienes en la piel?”

Roberto Fontanarrosa (1944–2007) Humorista gráfico y escritor argentino

Aforismos

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“De la piel para dentro mando yo.”

Antonio Escohotado (1941) pensador, ensayista y profesor universitario español
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“Soy tan afortunada de tener una segunda piel para recorrer.”

Francisca Valenzuela (1987) Cantante chilena

F. Valenzuela - Afortunada.
Citas de sus canciones, Muérdete La Lengua (Feria/La Oreja, 2007)

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“Fue el fuego de las bombas el que quemó mi cuerpo. Fue la habilidad de los doctores la que curó mi piel. Pero fue necesario el poder del amor de Dios para sanar mi corazón.”

Kim Phuc (1963) víctima de la guerra de Vietnam y activista

Fuente: Chong, Denise. The Girl in the Picture: The Story of Kim Phuc, the Photograph, and the Vietnam War. http://www.amazon.com/The-Girl-Picture-Photograph-Vietnam/dp/0140280219 (2001)

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“Es que la música seria, la fina, le pone a uno la piel de gallina.”

Leo Maslíah (1954) compositor, pianista, cantante y escritor uruguayo

Fuente: De su canción "El Concierto"

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“Los actores no nos metemos en la piel del personaje, sino que metemos el personaje en nosotros.”

Imanol Arias (1956) actor español

Fuente: No solo frases http://www.nosolofrases.com/Frases_Celebres/Arias%2C+Imanol

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“Amor no es literatura si no se puede escribir en la piel.”

Joan Manuel Serrat (1943) cantante español

Fuente: Mírame y no me toques.

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“Aquellos que toman decisiones en la economía y en el mercado deben “jugarse la piel en ello” y ser responsables de la falta de sus equivocaciones, no meros espectadores.”

Nassim Taleb (1960)

Cinco reglas para “prosperar en un mundo desordenado”
Fuente: Al cierre: Francia es 'sólo' la siguiente pieza del 'dominó soberano' http://www.bolsamania.com/noticias-actualidad/pulsos/Al-cierre-Francia-es-solo-la-siguiente-pieza-del-domino-soberano--0720121120175048.html. Sara Carbonell, Bolsamanía, 20 de noviembre de 2012. Consultado el 21 de noviembre de 2012.

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“…ser una mujer es tener piel de mujer, dos cromosomas X y la capacidad de concebir y alimentar a las crías que engendra el macho de la especia. Y nada más, porque todo lo demás es cultura.”

Almudena Grandes (1960) escritora española

Malena es un nombre de tango
Variante: .. ser una mujer es tener piel de mujer, dos cromosomas X y la capacidad de concebir y alimentar a las crías que engendra el macho de la especia. Y nada más, porque todo lo demás es cultura.

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“Vuelve a menudo y tómame, en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan…”

Constantinos P. Cavafis (1863–1933) poeta griego

Collected Poems

“El beso estremeció su piel.”

Cuentos que Cuento: Blog Escribir para Aprender

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“Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. —Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice: —Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero. El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo: —Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo. Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse. El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino. —¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable. —Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella? El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. —Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.”

Ante la ley

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“A decir verdad, Jackson nunca había compartido totalmente el culto fálico de sus pares. Cuando tenía más o menos ocho años, una niña lo sorprendió mientras él meaba entre los arbustos, y chilló casi con el mismo espíritu de horror reflexivo con que lo acababa de hacer Carol. Es de suponer que aquella niña nunca había visto un pene, y que no le causó buena impresión. «Puaj, qué basto eres. ¿Qué es esa cosa? ¡Es repugnante!», gritó al salir corriendo. Y después aquella otra vez, en el gimnasio del colegio donde cursó los primeros años de secundaria. Jackson apenas había entrado en la pubertad; todavía mojado tras pasar por la ducha, sintió frío. No obstante, un chico mucho más corpulento que él se burló: Parece que estés envolviendo una zanahoria baby y un par de habichuelas. A partir de ese día los chicos lo apodaron «el Vegetariano», mote tan inocente a oídos de los profesores que protegía a sus compañeros de un posible castigo por acoso escolar. En realidad, la palabra «pene» siempre había sonado algo tonta y banal, y a poca cosa. Desde que tenía memoria, su quinto apéndice le había parecido algo sutilmente ajeno a él, algo aparte y capaz de traicionarlo. Y fue la sensación de que eso que le sobresalía no era del todo parte de su cuerpo lo que pudo permitirle experimentar con ella.

El experimento había fallado. Es posible que Jackson nunca hubiera comprendido muy bien por qué a las mujeres un pene podía resultarles atractivo, con su piel como apergaminada y demasiado fina, los testículos colgantes y esas matas de vello, el sombrerete en la punta, como si fuese un hongo… Podía decirse que, en cierto modo, no era una forma que la carne humana debiera asumir. Cuando estaba en posición de descanso parecía asustado y deprimido; en estado de alerta, impertinente, aunque inseguro, moviéndose de un lado para el otro e intentando llamar la atención como un fanfarrón que quisiera hacer una demostración de sus habilidades.”

Lionel Shriver (1957) escritora estadounidense

So Much for That

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“Cuando regresó, el hijo del posadero le entregó las ropas del guerrero, limpias y dobladas. Mikhon Tiq las subió al sobrado y las colocó en orden junto a sus armas. Eran ropas de estilo Ainari, aunque mezclado con algunos detalles bárbaros del Norte. Las botas, que el propio rapaz había encerado, estaban arrugadas en los tobillos, casi cuarteadas; botas de espadachín acostumbrado a doblar las piernas y girar los pies en la danza del combate. Las mangas de la casaca eran amplias. Sin duda su dueño las utilizaba para guardar en ellas las manos y ocultar así las emociones, según la costumbre de Áinar. Pero tenían corchetes de latón para que, llegado el momento de la pelea, pudieran ceñirse a las muñecas y no estorbar los movimientos. El talabarte, ya descolorido, tenía una pequeña vaina a la derecha para el colmillo de diente de sable que sólo los Tahedoranes podían llevar. A la izquierda había dos trabillas de piel con sendas hebillas para colgar la funda de la espada. Éste era otro detalle que lo delataba. Los guerreros normales llevan una sola hebilla, de forma que la espada cuelgue junto al muslo. Los maestros de la espada, sean Ibtahanes o Tahedoranes, necesitan dos para que la espada se mantenga horizontal; de esta manera pueden sujetar la vaina con la mano izquierda y extraer el arma a una velocidad fulgurante, en el movimiento letal conocido como Yagartéi que es en sí mismo un arte marcial. Pero lo que más llamaba la atención de Mikhon Tiq era la propia espada. Hacía años que no veía una auténtica arma de Tahedorán. La funda era de cuero repujado, reforzada con guarnición y punta de metal, y con dos pequeños bolsillos a ambos lados. Uno de ellos contenía una navaja con un pequeño gavilán en forma de gancho; de este modo servía de arma y a la vez de herramienta para desmontar la empuñadura de su hermana mayor. En la otra abertura había papel de esmeril para sacar filo a la hoja; aunque un Tahedorán sólo haría esto en una emergencia, pues los aceros dignos de tal nombre deben ser bruñidos y afilados por maestros pulidores. En torno a la empuñadura de la espada corría una fina tira de piel, enrollada y apretada con fuerza para evitar que la mano resbalara al aferrarla. Mikhon Tiq miró de reojo a Linar. Tenía el ojo cerrado; o dormía o estaba encerrado en su mundo interior. En cuanto al guerrero, su respiración bajo la manta era profunda y pausada. Mikhon Tiq sintió la tentación de desenvainar la espada para examinar la hoja. Pero aquello habría sido una afrenta, como desnudar a una doncella dormida, así que apartó las manos del arma y procuró pensar en otras cosas.”

Javier Negrete (1964) escritor español

La Espada de Fuego

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“Mientras tanto empecé a ver mi cuerpo desde una nueva luz. Por primera vez concebía los montecillos de mi pecho como tetas para que los pequeños chuparan, y su semejanza física con las ubres de las vacas o las colgantes distensiones de piel a las que se asían los cachorrillos lactantes pronto resultó algo inevitable. Es curioso ver que hasta las mujeres olvidan para qué son los pechos.

También se transformó la raja entre mis piernas. Perdió parte de su carácter vergonzoso, de su obscenidad, o adquirió una obscenidad de otra clase. Sus labios no se abrían ya a un angosto y oscuro callejón, sino a una especie de profundo abismo. El propio pasadizo pasó a ser un camino hacia algún otro lugar, un lugar real, y no meramente un lugar sombrío en mi mente. El colgante de carne de su frente asumió un aspecto equívoco, y empezó a parecerme un tentador anzuelo, una píldora para endulzar la pesada carga de la especie, como las piruletas que me daban de niña en el dentista.

En suma, que todo cuanto me hacía bella era algo intrínseco a la maternidad, y hasta mi deseo de que los hombres me encontraran atractiva era la estratagema de un cuerpo diseñado para expulsar a su propio recambio. No voy a presumir de ser la primera mujer que descubrió que los niños no vienen de París. Pero todo aquello era nuevo para mí. Y, francamente, no estaba muy segura al respecto. Me sentía prescindible, desechable tragada por un gran proyecto biológico que no había iniciado ni elegido, que me daba presencia pública, pero que también me marcaba y me escupía. Me sentía utilizada.”

We Need to Talk About Kevin

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“… noté el frío de la nieve y recordé que no era ni un viejo ni un niño: en la piel sentía gozosamente el mundo.”

Orhan Pamuk (1952) escritor turco y Premio Nobel de Literatura

My Name is Red

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“El olor de su piel es demasiado familiar para descubrirlo.”

Meg Rosoff (1956)

Picture Me Gone
Variante: El olor de su piel es demasiado familiar para describirlo.

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“toca sus corazones, la piel empieza a transpirar a desear.”

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“Tu piel junto a mi piel, eso es lenguaje.”

Félix Grande (1937–2014) musicólogo español

Las rubáiyátas de Horacio Martín

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“Matisse, consultado sobre la piel verde: No estoy pintando una mujer. Estoy pintando un cuadro.”

David Markson (1927–2010) escritor estadounidense

Reader’s Block

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