Frases sobre desnudo
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“Y aunque todos cambiamos de traje a solas desnudos vamos.”

Enrique Bunbury (1967) músico español

Todos los haremos mejor en el futuro - Hellville de Luxe
En solitario, Hellville de Luxe

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“Herejía es mostrar la verdad descarnada y desnuda.”

Ismael Serrano (1974) cantautor español

Casandra (Ismael Serrano)
Canciones, Sueños de un hombre despierto (2007)

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“Tienes que oír mi amor con su voz, tocarlo en su carne, aceptarlo como es, desnudo y libre.”

Jaime Sabines (1926–1999) poeta y político mexicano

Los amorosos: Cartas a Chepita

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“Sólo la suma del desnudo y su ropa nos da la mujer real, total.”

Francisco Umbral (1932–2007) Escritor español (1932-2007)

La Belleza Convulsa

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“Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley”

Tzvetan Todorov (1939–2017) filósofo búlgaro (1939-2017)

La conquista de América: el problema del otro

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“Nunca ame sino sombras que transforme en estatuas
y no sabia yo que no vivia
Mi orgullo me iba transformando en piedra,
hasta que tu, Rosia, despertando
desnuda, despertaste mi sangre y mis deberes.”

Pablo Neruda (1904–1973) poeta

Maremoto, Aun, La Espada Encendida, Las Piedras del Cielo / Seaquake, Still, The Flaming Sword, The Stones of the Sky

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“Apenas si salía de la alcoba, y aun entonces andaba a la cordobana, o con un balandrán sin nada debajo que la hacía parecer más desnuda que sin nada encima.”

Gabriel García Márquez (1927–2014) modelo de bigotes

Variante: Apenas si salía de la alcoba, y aun entonces andaba a la cordobana, o con un balandrán de sarga sin nada debajo que la hacía parecer más desnuda que sin nada encima.

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“A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas. Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror; si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto. Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo… no debes hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.”

Simone de Beauvoir (1908–1986) escritora, intelectual, filósofa existencialista, activista política, feminista y teórica social francesa

Memoirs of a Dutiful Daughter
Variante: A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas.
Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo
al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el
vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me
gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la
caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror;
si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto.
Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo... no debes
hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba
denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa
ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes
encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la
ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por
gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo
poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un
cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies
y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles
voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá
me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había
guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me
rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que
me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el
objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la
noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.

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“ojos grandes y una mirada grande de esos ojos y una pestaña que se desnuda con una penetrante luz abierta. (¡Ah”

Ernesto Cardenal (1925) político y sacerdote nicaragüense

Vida perdida. Memorias, I: 1

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“Nada retrata tanto la desesperanza como decir: así transcurrieron días, meses, años. Indefensos, delegamos en la sucesión fatal del tiempo, que es idéntica para todos, el avance de una corrupción que allana toda resistencia y sólo nos afecta a nosotros, recortándose contra el fondo del tiempo como una silueta a contraluz sobre una pantalla quieta. ¿Era el transcurso de los días lo que yo padecía, o más bien el privilegio de ser contemporáneo de mi propia degradación, el testigo de la evidencias que con el correr de las horas iban apartándome de lo humano? Que fueran sólo días no me consolaba; la crueldad vuelve irrisoria cualquier medida de tiempo. Así, pues, transcurrieron días, y a cada minuto sentía adelgazarse la diferencia que había entre mi cuerpo y su herida. El espacio, la ciudad, las distancias se desfiguraban a mi alrededor, se contraían en nudos álgidos y terminaban volatilizándose en el aire como si nunca hubieran sido otra cosa que ilusiones. Es probable que eso sea el Infierno: ese aire que sobrevive, intacto, a la desaparición de todas las cosas, y que envuelve como una esfera diáfana el espectáculo del derrumbe personal. Cada día que pasaba mi sufrimiento dividía el mundo por alguno de sus componentes. Un día eran las calles, otro el cielo, después eran los rostros, la luz, el idioma, y así seguido. El transcurso del tiempo no era más que esa obstinada voluntad de dividir; el resultado, como es previsible, iba decreciendo progresivamente. ¿Llegaría alguna vez a cero? Esa esperanza fue la última en abandonarme. El mundo, en efecto, es infinitamente divisible; tiende a cero, pero la cifra ínfima a la que esas divisiones lo acercan refleja menos un decrecimiento que una depuración, como si del otro lado de tanta resta no acechara el vacío sino la falta absoluta de estilo: el infierno desnudo.”

Alan Pauls (1959)
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“Entonces, mira, a veces una muchacha parte en bicicleta,
la ves de espaldas alejándose por un camino (¿la Gran Vía,
King´s Road, la Avenue de Wagran, un sendero
entre álamos, un paso entre colinas?), hermosa y joven la
ves de espaldas yéndose, más pequeña ya, resbalando en la
tercera dimensión y yéndose,

y te preguntas si llegará, si salió para llegar, si salió
porque quería llegar, y tienes miedo como siempre has
tenido miedo por ti mismo, la ves irse tan frágil y
blanca en una bicicleta de humo, te gustaría estar con ella,
alcanzarla en algún recodo y apoyar una mano en el
/manubrio
y decir que también tú has salido, que también tú quieres
llegar al sur,

y sentirte por fin acompañado porque la estás acompañando,
larga será la etapa pero allí en lo alto el aire es limpio
y no hay papeles y latas en el suelo, hacia el fondo del
valle se dibujará por la mañana el ojo celeste de un lago.
Sí, también eso lo sueñas despierto en tu oficina o en
la cárcel, mientras te aplauden en un escenario o una
cátedra, bruscamente ves el rumbo posible, ves la chica
yéndose en su bicicleta o el marinero con su bolsa al
hombro, entonces es cierto, entonces hay gente que se
va, que parte para llegar, y es como un azote de palomas
que te pasa por la cara, por qué no tú, hay tantas
bicicletas, tantas bolsas de viaje, las puertas de la
ciudad están abiertas todavía,

y escondes la cabeza en la almohada, acaso lloras.
Porque, son cosas que se saben, la ruta del sur lleva
a la muerte,
allá, como la vio un poeta, vestida de almirante espera
o vestida de sátrapa o de bruja, la muerte coronel o
general espera
sin apuro, gentil, porque nadie se apura en los aeródromos,
no hay cadalsos ni piras, nadie redobla los tambores
para anunciar la pena, nadie venda los ojos de los reos
ni hay sacerdotes que le den a besar el crucifijo a la
mujer atada a la estaca, eso no es ni siquiera Ruán y no
es Sing-Sing, no es la Santé,

allá la muerte espera disfrazada de nadie, allá nadie
es culpable de la muerte, y la violencia

es una vacua acusación de subversivos contra la disciplina
y la tranquilidad del reino,

allá es tierra de paz, de conferencias internacionales,
copas de fútbol, ni siquiera los niños revelarán que
el rey marcha desnudo en los desfiles, los diarios
hablarán de la muerte cuando la sepan lejos, cuando se
pueda hablar de quienes mueren a diez mil kilómetros,
entonces sí hablarán, los télex y las fotos hablarán sin
mordaza, mostrarán cómo el mundo es una morgue
/maloliente
mientras el trigo y el ganado, mientras la paz del sur,
mientras la civilización cristiana.

Cosas que acaso sabe la muchacha perdiéndose a lo lejos,
ya inasible silueta en el crepúsculo, y quisieras estar
y preguntarle, estar con ella, estar seguro de que sabe,
pero cómo alcanzarla cuando el horizonte es una sola
línea roja ante la noche, cuando en cada encrucijada
hay múltiples opciones engañosas y ni siquiera una
esfinge para hacerte las preguntas rituales.

¿Habrá llegado al sur?
¿La alcanzarás un día?
Nosotros, ¿llegaremos?

(Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, una lista de desaparecidos, un viento en el tejado - )

¿Llegaremos un día?

Ella partió en su bicicleta, la viste a la distancia,
no volvió la cabeza, no se apartó del rumbo. Acaso entró
en el sur, lo vio sucio y golpeado en cuarteles y calles
pero sur, esperanza de sur,

sur esperanza. ¿Estará sola ahora, estará hablando
con gente como ella, mirarán a lo lejos por si otras
bicicletas apuntaran filosas?

( - un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek - )

¿Llegaremos un día?”

Julio Cortázar (1914–1984) escritor argentino
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“Así es el tiempo, el tiempo desnudo; viene lentamente a la existencia, se hace esperar y cuando llega uno siente asco porque cae en al cuenta de que hacía mucho que estaba ahí.”

Jean Paul Sartre (1905–1980) filósofo, escritor y activista francés

Variante: Así es el tiempo, el tiempo desnudo; viene lentamente a la existencia, se hace esperar y cuando llega uno siente asco porque cae en la cuenta de que hacía mucho que estaba allí.

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“Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.”

Gustavo Adolfo Bécquer (1836–1870) poeta y narrador español

Variante: Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía esperando en silencio que el Arte los vista de la palabra para poder presentarse decentes en la escena del mundo.

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“Me acerqué a pedirle al encargado que me diera la nueva llave, me arrastré hasta mi apartamento y estudié mi nueva cerradura. Grande, metálica y brillante. No tenía ni un rasguño. Incluso la llave tenía grabada una muesca extraña, que le proporcionaba un sistema a prueba de ladrones. Chúpate esa, Su Majestad.
Abrí la puerta, entré y la cerré de nuevo. Me descalcé, estremeciéndome por el dolor en el estómago. Iba a tardar mucho tiempo en curarse por completo, pero al menos ya había dejado de sangrar.
Me había relajado. Mañana ya me preocuparía de Hugh d'Ambray, Andrea y Roland, pero de momento me sentía muy contenta. Ah, mi casa. Mi hogar, mis esencias, mi querida alfombra bajo mis pies, mi cocina, mi Curran sentado en la silla de la cocina… ¡Espera un momento!
-¡Tú! -Miré la cerradura, lo miré a él. Era demasiado bueno para la puerta a prueba de ladrones.
Con mucha parsimonia, acabó de escribir algo en un trozo de papel, se levantó y se dirigió hacia mí. Mi corazón se desbocó. Unas pequeñas chispas doradas danzaban en sus ojos grises. Me tendió el trozo de papel y sonrió.
-No puedo quedarme.
Me quedé mirándolo como una idiota.
Inhaló mi aroma, abrió la puerta y se marchó. Entonces miré el papel.
Voy a estar ocupado las próximas ocho semanas, así que lo dejamos para el quince de noviembre.
MENÚ
Quiero un filete de cordero o de venado. Patatas asadas con mantequilla dulce. Mazorcas de maíz. Panecillos. Y una tarta de manzana, como la que preparaste la otra vez. Me gustó muchísimo. La quiero con helado.
Me debes una cena desnuda, pero no soy un completo animal, por lo que puedes llevar sujetador y braguitas si lo deseas. Las azules con lazo me encantan.
Curran
Señor de las Bestias de Atlanta”

Magic Strikes

“Lewis, describe lo que se siente al seguir a Dios cuando se mira severa y profundamente hacia adentro. Eustaquio, un muchacho, se convierte en un enorme y horrible dragón como consecuencia de ser egoísta, testarudo e incrédulo. Quiere cambiar y volver a ser un muchacho, pero no puede hacerlo por sí mismo. Llegado el momento, el gran león Aslan (que representa a Jesús) se le aparece y lo conduce a un maravilloso manantial para que se bañe. Pero como es un dragón, no puede entrar al manantial. Aslan le dice que se desvista. Eustaquio recuerda que se puede despojar de la piel como una serpiente. Se quita una capa, la deja caer al suelo y se siente mejor. Entonces, mientras se mueve hacia el estanque, se da cuenta que todavía tiene otra capa dura, áspera y escamosa encima. Frustrado, adolorido y ansioso de llegar a ese bello baño, se pregunta a sí mismo: «¿De cuánta piel debo despojarme?» Después de tres capas, se rinde, dándose cuenta que no puede hacerlo. Aslan dice entonces: «Tendrás que dejar que te desnude». A lo que Eustaquio replica: Tenía miedo de sus garras, te puedo decir, pero ya estaba poco menos que desesperado. De manera que me dejé caer de espalda y dejé que él lo hiciera. La primera desgarradura que hizo fue tan profunda que pensé me había llegado directamente al corazón. Y cuando comenzó a tirar de la piel, dolió más que cualquier cosa que antes hubiera sentido … Despellejó las cosas bestiales —tal como pensé que lo había hecho yo mismo las otras tres veces; únicamente que no habían dolido— y ahí yacían sobre la yerba; solo que eran mucho más gruesas y oscuras, y de aspecto más espinoso de lo que habían sido las otras. Y allí estaba yo tan terso y suave … Entonces él me sujetó … y me tiró al agua. Esto provocó un escozor sin igual pero solo por un momento. Después de eso se hizo perfectamente deliciosa y tan pronto comencé a nadar y chapotear descubrí que todo el dolor de mi brazo había desaparecido. Me convertí en un muchacho de nuevo … Al ratito el león me sacó y me vistió … con sus garras … en estas ropas nuevas que llevo puestas. [énfasis añadido]4 C. S. Lewis lo describe bien: Cuando se va en esta dirección radicalmente nueva se siente como si las garras de Dios fueran tan dentro de nosotros que nos cercenan el corazón.”

Una iglesia emocionalmente sana: Una estrategia para el discipulado que de veras cambia vidas

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Esta traducción está esperando su revisión. ¿Es correcto?
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“Duermo desnudo pero levanto las sábanas.”

Marilyn Monroe (1926–1962) actriz, cantante y modelo de los Estados Unidos
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“Nadie ha sido colocado al frente de la provincia en circunstancias más difíciles. El mando, desnudo de cuanto halaga, sólo me presenta sus azares.”

Justo José de Urquiza (1801–1870) militar y político argentino

Sin fuentes
Atribuida pero no confirmada.

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“Disfruto estando desnudo. Tengo un naturalista en mi interior.”

Robbie Williams (1974) cantante, solista inglés

Frases y citas

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“Estuve a punto de desmayarme la primera vez que vi desnudos los dos pechos de una mujer.”

Gustave Flaubert (1821–1880) escritor francés (1821-1900)

Página 60.
De Memorias de un loco
Fuente: Citado en La Palabra y el hombre, números 33-36. Colaborador Universidad Veracruzana. Editorial Universidad Veracruzana, 1980. p. 167.

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“Nunca he descubierto que el desnudo pueda ser estudiado de ninguna manera, excepto la forma en que lo he adoptado. Todos los músculos deben ser señalados. Para ello se deben quitar todas las cortinas.”

Thomas Eakins (1844–1916) pintor estadounidense

Dijo esto al crítico de arte Riter Fitzgerald, quien citó a Eakins en un artículo en Philadelphia Item (1895); citado en Eakins (1967) por Sylvan Schendler, Capítulo 10.
Fuente: «Selections from the Seymour Adelman collection, 1845-1958.» (Una colección de documentos relacionados con Eakins y su familia del Archives of American Art-Smithsonian.) https://www.aaa.si.edu/collections/selections-seymour-adelman-collection-10785 Smithsonian. Consultado el 26 de julio de 2019.

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