Frases sobre dio

Una colección de frases y citas sobre el tema del dio, vida, dios, vida.

Frases sobre dio

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“Él no me dio flores o dulces. Me dio la luna y las estrellas. El infinito.”

Jenny Han (1980) escritora estadounidense

We'll Always Have Summer

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“Mi pasado es el de un rebelde que no le dio temor enfrentarse a la tiranía.”

Gustavo Petro (1960) político, economista y exmilitante del M-19 colombiano

14 de junio de 2008, diario El Espectador.
Fuente: “La izquierda tradicional me causa repulsión” http://www.elespectador.com/impreso/politica/articuloimpreso-izquierda-tradicional-me-causa-repulsion

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“Ahora se habla de democracia. Nosotros, los españoles, ya la hemos conocido. Y no nos dio resultado. Cuando otros van hacia la democracia, nosotros ya estamos de vuelta. Estamos dispuestos a sentarnos en la meta y esperar a que los otros regresen también.”

Francisco Franco (1892–1975) general y dictador español

Declaraciones de 1947, según aparecen en Justino Sinova: "La censura de prensa durante el franquismo". Barcelona. DeBolsillo, 2006, pp. 34-35.

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“Quiero ser recordado como un pelotero que dio todo lo que tenia que dar.”

Roberto Clemente (1934–1972) beisbolista puertorriqueño

Verificadas

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“Dios me dio una voz para cantar con Él, y cuando tienes eso, ¿qué otro truco te falta?”

Whitney Houston (1963–2012) actriz estadounidense

Sin fuentes

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“«La Biblia no se nos dio para aumentar nuestro conocimiento, sino para cambiar nuestra vida».”

Rick Warren (1954)

Metodos de estudio biblico personal: 12 formas de estudiar la Biblia tu solo

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“Aquel que dijo "Dios es espíritu" fue l que dio hasta ahora en la tierra el paso y el salto mas grande hacia la incredulidad: ¡no es fácil reparar el mal que esa frase ha hecho en la tierra!”

Friedrich Nietzsche (1844–1900) filósofo alemán

Asi Hablo Zaratustra
Variante: Aquel que dijo "Dios es espíritu" fue el que dio hasta ahora en la tierra el paso y el salto más grande hacia la incredulidad: ¡no es fácil reparar el mal que es frase ha hecho en la tierra!

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“Dicen que los americanos fueron a Irak por el petróleo. Pero ¿les parece poco?, ¿poco importante? Dicen que es de los árabes, pero ¿por qué?, ¿les dio Alá el petróleo?”

Gustavo Bueno (1924–2016) filosófo español (1924-2016)

Fuente: Neira, Javier. Entrevista. Publicado en La Nueva España el miércoles 12 de mayo de 2004, páginas 56-57. http://fgbueno.es/hem/2004f12.htm Consultado el 16 de noviembre de 2018.

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“Dormí con el ladrón y me dio amor hasta llorar.”

Fito Páez (1963) Cantautor argentino

Dos días en la vida

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“ーEscribí algo para ti, ーla corrigió con una sonrisa y comenzó a tocar.

Ella escuchó emocionada; comenzó lento, sencillo, su control sobre el arco producía un sonido armónico. La melodía la lleno tan fresca y dulce como el agua, tan esperanzadora y adorable como un amanecer. Miró a sus dedos fascinada por el movimiento tan exquisito que hacia que las notas salieran del violín. El sonido se volvió mas profundo conforme el arco se movía mas rápido, el antebrazo de Jem se desplazaba hacia adelante y atrás, su delgado cuerpo parecía difuminarse con el movimiento de su hombro. Sus dedos se deslizaban cuidadosamente arriba y abajo, el tono de la música profundizó, como nubes de tormenta reuniéndose en un horizonte brillante, un río que se convertía en torrente. Las notas se estrellaban a sus pies aumentando el sonido, el cuerpo entero de Jem parecía moverse en sintonía con los sonidos que emanaban del instrumento, a pesar de que ella sabia que sus pies se encontraban firmes en el suelo. Su corazón encontró la paz con la música, los ojos de Jem estaban cerrados, las comisuras de sus labios mostraban un gesto de dolor. Una parte de ella quería correr a sus pies, rodearlo con sus brazos; la otra otra parte no quería que se detuviera la música, el hermoso sonido de él. Era como si él hubiera tomado su arco utilizándolo como un pincel para pintar, creando un lienzo en el cual su alma se muestra claramente. Cuando las ultimas notas se alzaron más y más alto, llegando a tocar el paraíso, Tessa estuvo consciente de que su rostro estaba húmedo, pero no fue hasta que la ultima nota dejo de sonar y él bajo el violín cuando se dio que estaba llorando.”

The Infernal Devices: Clockwork Princess

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“Blanca, en cambio, se había acostumbrado a vivir sola. Terminó por encontrar paz
en sus quehaceres de la gran casa, en su taller de cerámica y en sus Nacimientos de
animales inventados, donde lo único que correspondía a las leyes de la biología era la
Sagrada Familia perdida en una multitud de monstruos. El único hombre de su vida era
Pedro Tercero, pues tenía vocación para un solo amor. La fuerza de ese
inconmovible sentimiento la salvó de la mediocridad y de la tristeza de su destino.
Permanecía fiel aun en los momentos en que él se perdía detrás de algunas ninfas de
pelo lacio y huesos largos, sin amarlo menos por ello. Al principio creía morir cada vez
que se alejaba, pero pronto se dio cuenta de que sus ausencias duraban lo que un
suspiro y que invariablemente regresaba más enamorado y más dulce. Blanca prefería
esos encuentros furtivos con su amante en hoteles de cita, a la rutina de una vida en
común, al cansancio de un matrimonio y a la pesadumbre de envejecer juntos
compartiendo las penurias de fin de mes, el mal olor en la boca al despertar, el tedio
de los domingos y los achaques de la edad. Era una romántica incurable. Alguna vez
tuvo la tentación de tomar su maleta de payaso y lo que quedaba de las joyas del
calcetín, e irse con su hija a vivir con él, pero siempre se acobardaba. Tal vez temía
que ese grandioso amor, que había resistido tantas pruebas, no pudiera sobrevivir a la
más terrible de todas: la convivencia. Alba estaba creciendo muy rápido y comprendía
que no le iba a durar mucho el buen pretexto de velar por su hija para postergar las
exigencias de su amante, pero prefería siempre dejar la decisión para más adelante.
En realidad, tanto como temía la rutina, la horrorizaba el estilo de vida de Pedro
Tercero, su modesta casita de tablas y calaminas en una población obrera, entre
cientos de otras tan pobres como la suya, con piso de tierra apisonada, sin agua y con
un solo bombillo colgando del techo. Por ella, él salió de la población y se mudó a un
departamento en el centro, ascendiendo así, sin proponérselo, a una clase media a la
cual nunca tuvo aspiración de pertenecer. Pero tampoco eso fue suficiente para Blanca.
El departamento le pareció sórdido, oscuro, estrecho y el edificio promiscuo. Decía que
no podía permitir que Alba creciera allí, jugando con otros niños en la calle y en las
escaleras, educándose en una escuela pública. Así se le pasó la juventud y entró en la
madurez, resignada a que los únicos momentos de placer eran cuando salía
disimuladamente con su mejor ropa, su perfume y las enaguas de mujerzuela que a
Pedro Tercero cautivaban y que ella escondía, arrebolada de vergüenza, en lo más
secreto de su ropero, pensando en las explicaciones que tendría que dar si alguien las
descubría. Esa mujer práctica y terrenal para todos los aspectos de la existencia,
sublimó su pasión de infancia, viviéndola trágicamente. La alimentó de fantasías, la idealizó, la defendió con fiereza, la depuró de las verdades prosaicas y pudo convertirla
en un amor de novela.”

The House of the Spirits

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“Vi a mi madre en su ataúd—dijo por fin—. Las mujeres le habían trenzado el pelo para que tuviera un aspecto decoroso, pero mi padre no lo permitió. Quería verla por última vez tal como era para él. Fue personalmente al ataúd, le deshizo las trenzas y extendió la cabellera con las manos, cubriendo la almohada.

Hizo una pausa; su pulgar quedó inmóvil.

—Yo estaba allí, quieto en el rincón. Cuando todos salieron para recibir al cura me acerqué sigilosamente. Era la primera vez que veía a una persona muerta.—Dejé que mis dedos se cerraran sobre su antebrazo.— Una mañana mi madre me dio un beso en la frente; luego volvió a colocarme la horquilla que se me había desprendido de mi pelo ensortijado y salió. Jamás volví a verla. La velaron con el ataúd cerrado.

—¿Era…ella?

—No.—Contemplaba el fuego con los ojos entornados—. No del todo. Se le parecía, pero nada más. Como si alguien la hubiera tallado en madera de abedul. Pero su pelo… eso aún tenía vida. Eso todavía era…ella.

Lo oí tragar saliva y carraspear un poco.

—La cabellera le cruzaba el pecho, cubriendo al niño que yacía con ella. Pensé que a él no le gustaría sofocarse de ese modo. Y retiré las guedejas rojas para dejarlo a la vista. Mi hermanito, acurrucado en sus brazos, con la cabeza en su seno, abrigado y en sombras bajo la cortina de pelo. Y enseguida pensé que no, que estaría más contento si lo dejaba así. Y volví a alisar la cabellera de mi madre para cubrirle la cabeza.

Su pecho se elevó bajo mi mejilla. Deslizó lentamente las manos por mi pelo.

—No tenía una sola cana, Sassenach. Ni una.

Ellen Fraser había muerto de parto a los treinta y ocho años. Mi madre, a los treinta y dos. Y yo… yo tenía la riqueza de todos esos años largos que ellas habían perdido. Y más aún.

—Para mí es un gozo ver cómo te tocan los años, Sassenach—susurró—, pues significa que vives.”

Diana Gabaldon (1952) Escritora estadounidense

The Fiery Cross

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“Levántate. Tengo tres cosas para ti. Es lo justo.
Me puse en pie y Auri me tendió una cosa envuelta en un trozo de tela. Era una vela gruesa que olía a lavanda.
—¿Qué hay dentro? —pregunté.
—Sueños felices. Los he puesto ahí para ti.
Di vueltas a la vela en mis manos, y una sospecha empezó a formarse en mi mente.
—¿La has hecho tú misma?
Auri asintió con la cabeza y sonrió feliz.
—Sí. Soy tremendamente lista.
Me guardé la vela con cuidado en uno de los bolsillos de la capa.
—Gracias, Auri.
—Ahora —dijo ella poniéndose seria— cierra los ojos y agáchate para que pueda darte tu segundo regalo.
Cerré los ojos, desconcertado, y me doblé por la cintura preguntándome si también me habría hecho un sombrero.
Noté las manos de Auri a ambos lados de mi cara, y entonces me dio un beso suave y delicado en la frente.
Abrí los ojos, sorprendido. Pero Auri ya se había apartado varios pasos, y, nerviosa, se cogía las manos detrás de la espalda. No se me ocurrió nada que decir.
Auri dio un paso adelante.
—Eres especial para mí —dijo con seriedad y con gesto grave—. Quiero que sepas que siempre cuidaré de ti. —Estiró un brazo, vacilante, y me secó las mejillas—. No, nada de eso esta noche.
»Este es tu tercer regalo. Si te van mal las cosas, puedes quedarte conmigo en la Subrealidad. Es un sitio agradable, y allí estarás a salvo.
—Gracias, Auri —dije en cuanto pude—. Tú también eres especial para mí.
—Claro —dijo ella con naturalidad—. Soy adorable como la luna.”

The Wise Man's Fear

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“Guarden mi recuerdo, ya que la suerte no me dio suficiente vida para que mi nombre sea conocido por mi patria.”

Évariste Galois (1811–1832) matemático francés

En una carta dirigida a sus amigos, escrita en la noche previa a su fatídico y mortal duelo.

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“Cada vez me revelo menos ante la interrupción del extraño accidente que es vivir. La muerte, que siempre me dio miedo, ya es de la familia.”

Antonio Gamoneda (1931) poeta español

Citas por obras, Entrevista en El País publicada el 31 de octubre de 2012
Fuente: Entrevista en El País (31 de octubre de 2012).

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“Nunca se dio el caso de conquistar un corazón por la fuerza.”

Molière (1622–1673) dramaturgo francés

Sin fuentes

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“Dios me dio mi riqueza.”

John Davison Rockefeller (1839–1937) Empresario multimillonario estadounidense

Atribuidas
Fuente: Citado en: Abeles Jules (1965): Los miles de millones de Rockefeller.

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“Mal se agradece lo que mal se dio.”

Lucio Anneo Seneca (-4–65 a.C.) filósofo, político, orador y escritor romano
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“Sólo la música me dio la oportunidad de revelar mis emociones.”

Ingmar Bergman (1918–2007) director sueco de cine y teatro

Fuente: "Sonata de Otoño", 1979

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