Frases sobre medio
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“Cuando no tienes buenos argumentos, a veces es mejor darle la vuelta a la tortilla y ponerte a preguntar tú. Lo aprendí en la clase de Introducción a los medios de comunicación.”

Christopher Moore (1957) Christopher Moore (nacido el año 1957 en Toledo, Ohio) es un escritor estadounidense de ficción absurda. Su padr…

Pack: 6 Novelas

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“La gente pobre y la de la clase media trabajan para obtener dinero. Los ricos, en cambio, hacen que el dinero trabaje para ellos.”

Padre rico. Padre pobre (Nueva edición actualizada). Qué les enseñan los ricos a sus hijos acerca del dinero, ¡que los pobres y la clase media no!

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“Véase la preocupación de uno de esos salteadores políticos en obtener a ruegos el asentimiento de la mayoría para, en cualquier momento, poder alienar la responsabilidad. Pues ésta una de las principales razones por las que esa especie de actividad política es despreciable y odiosa a todo hombre de sentimientos decentes y, por tanto, también de valor, al tiempo que atrae a todos los caracteres miserables - aquellos que no quieren asumir la responsabilidad de sus acciones, sino que antes procuran huir, no pasando de cobardes villanos. Las consecuencias se dejarán sentir tan pronto como tales mediocres formen el gobierno de una Nación. Faltará entereza para obrar y se preferirá aceptar las más vergonzosas humillaciones antes de erguirse para adoptar una actitud resuelta, pues nadie habrá allí que por sí solo esté personalmente dispuesto a arriesgarlo todo en pro de la ejecución de una medida radical. Existe una verdad que no debe ni puede olvidarse: es la de que tampoco en este caso una mayoría estará capacitada para sustituir a la personalidad en el gobierno. La mayoría no sólo representa siempre la estupidez, sino también la cobardía. Y del mismo modo que de cien cabezas huecas no se hace un sabio, de cien cabezas no surge nunca una decisión heroica. Cuanto menos grave sea la responsabilidad que pese sobre el Jefe, mayor será el número de aquellos que, dotados de ínfima capacidad, se crean igualmente llamados a poner al servicio de la Nación sus "imponderables fuerzas". Con impaciencia esperan que les llegue el turno; forman una larga fila y cuentan, con doloridos lamentos, el número de los que esperan delante de ellos y casi calculan la hora sobre cuándo, posiblemente, alcanzarán su deseo. De ahí que sea para ellos motivo de regocijo el cambio frecuente de funcionarios en los cargos que ellos apetecen y que celebren todo escándalo que reduzca la fila de los que por delante esperan. En el caso de que uno de ellos no quiera dejar la posición alcanzada, casi se considera eso como una quiebra de una combinación sagrada de solidaridad común. Entonces es cuando ellos se vuelven intrigantes y no descansan hasta que el desvergonzado, al final vencido, pone su lugar nuevamente a disposición de todos. Por eso mismo, no alcanzará él tan pronto esa posición. Cuando una de estas criaturas es forzada a desistir de su puesto, procurará inmediatamente entrometerse de nuevo en la hilera de los que están a la expectativa, a no ser que lo impidan, entonces, los gritos y las injurias de los demás. La consecuencia de todo esto es la espeluznante rapidez con que se producen modificaciones en las más importantes jefaturas y oficinas públicas de un organismo estatal semejante, con un resultado que siempre tiene influencia negativa y que muchas veces llega a ser hasta catastrófico, porque no sólo el estúpido y el incapaz son lesionados por esos métodos de proceder, sino incluso los verdaderos jefes, si algún día el Destino los sitúa en esas posiciones de mando. Después que se verifica la aparición de un hombre excepcional, inmediatamente se forma un frente cerrado de defensa, sobre todo si una cabeza tal, no saliendo de las propias filas, osara penetrar en esa sublime sociedad. Lo que ellos quieren fundamentalmente es permanecer entre sí, y es considerado enemigo común todo aquél que pueda sobresalir en medio de tales nulidades. En este sentido, el instinto es tanto más agudo cuanto es inoperante en otros aspectos. El resultado será siempre un creciente empobrecimiento espiritual de las clases dirigentes. Cualquiera, desde el momento que no pertenece a ese clan de `jefes", puede juzgar cuáles serán las consecuencias para la Nación y para el Estado.”

Adolf Hitler (1889–1945) Führer y Canciller Imperial de Alemania. Líder del Partido Nazi

Mi Lucha

“La calle del Faubourg Saint-Antoine era muy larga. Comenzaba en lo que antes había sido un faubourg, un barrio de las afueras, situado al este de la ciudad antigua. Mucho antes de la Revolución, ya era una zona de artesanos, donde se encontraban la mayoría de los carpinteros y ebanistas. Pese a las ideas republicanas, y a veces radicales, que en general defendían, muchos de aquellos hábiles artesanos y pequeños comerciantes eran, como Petit, muy conservadores en lo que concernía al núcleo familiar. No obstante, más de un monarca había podido comprobar en el pasado que, cuando se echaban a la calle, eran implacables. Petit emprendió la caminata con paso febril. La nieve se había fundido y las calles estaban secas. Al cabo de poco, llegó al lugar donde antes se alzaba la fortaleza de la Bastilla y que entonces no era más que un gran espacio vacío sobre el que flotaba un cielo gris de negros presagios. Allí comenzaba la ciudad antigua. A partir de ese punto, la calle ya no se denominaba faubourg, sino simplemente calle Saint-Antoine. Al cabo de un centenar de metros, volvía a cambiar de nombre, adoptando el de Rivoli. Con aquel prestigioso nombre, conducía a la antigua plaza del mercado de la Grève, contigua al río, donde habían reconstruido el ayuntamiento, el Hôtel de Ville, al que le habían conferido un aspecto de enorme y ornamentado castillo. Después pasó por el antiguo Châtelet, donde en la Edad Media administraba justicia el preboste. Aunque había aminorado el paso, Petit todavía caminaba deprisa y, pese al frío, sudaba un poco. Finalmente, se cepilló con gesto inconsciente las mangas del abrigo cuando entró en la zona más regia de la calle de Rivoli, con la larga serie de arcadas que se sucedían frente al solemne palacio del Louvre y los jardines de las Tullerías, hasta que llegó al vasto espacio despejado de la plaza de la Concordia. Llevaba caminando más de una hora. Su ira se había transformado en una sombría y amarga rabia impregnada de desesperación. Torció hacia el bonito templo clásico de la Madeleine. Justo al oeste de la Madeleine, empezaba otro de los grandes bulevares residenciales proyectados por el barón Haussmann. El bulevar de Malesherbes partía de allí en diagonal para acabar en una de las puertas noroccidentales de la ciudad, más allá del final del parque Monceau. El serio carácter del bulevar adquiría un aire más moderno en los sectores próximos a la Madeleine, precisamente en la zona donde se encontraba, en un gran edificio de la Belle Époque, el piso de Jules Blanchard.”

Edward Rutherfurd (1948) escritor británico

París

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“Te amo -le dijo Buttercup-. Sé que esto debe resultarte sorprendente, puesto que lo único que he hecho siempre ha sido mofarme de tí, degradarte y provocarte, pero llevo ya varias horas amándote, y cada segundo que pasa te amo más. Hace una hora, creí que te amaba más de lo que ninguna mujer ha amado nunca a un hombre; media hora más tarde, supe que lo que había sentido entonces no era nada comparado con lo que sentí después. Mas al cabo de diez minutos, comprendí que mi amor anterior era un charco comparado con el mar embravecido antes de la tempestad. A eso se parecen tus ojos, ¿lo sabías? Pues sí. ¿Cuántos minutos hace de eso? ¿Veinte? ¿Serían mis sentimientos tan encendidos entonces? No importa. -Buttercup no podía morarlo. El sol comenzó a asomar entonces a sus espaldas y le infundió valor -. Ahora te amo más que hace veinte minutos, tanto que no existe comparación posible. Te amo mucho más en este momento que cuando abriste la puerta de tu choza. En mi cuerpo no hay sitio más que para tí. Mis brazos te aman, mis orejas te adoran, mis rodillas tiemblan de ciego afecto. Mi mente te suplica que le pidas algo para que pueda obedecerte. ¿Quieres que te siga para el resto de tus días? Lo haré. ¿Quieres que me arrastre? Me arrastraré. Por tí me quedaré callada, por tí cantaré, y si tienes hambre, deja que te traiga comida, y si tienes sed y sólo el vino árabe puede saciarla, iré a Arabia, aunque esté en el otro confín del mundo, y te traeré una botella para el almuerzo. Si hay algo que sepa hacer por tí, lo haré; y si hay algo que no sepa, lo aprenderé. Pero recuera, por favor, que ella es vieja y tiene otros intereses, mientras que yo tengo diecisiete años y para mí sólo existes tú. Mi querido Westley… nunca te había llamado por tu nombre, ¿verdad…? Westley, Westley, Westley, Westley… querido Westley, adorado Westley, mi dulce, mi perfecto Westley, dime en un susurro que tendré la oportunidad de ganarme tu amor.”

The Princess Bride

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“Hay gente sola en medio de una multitud, y hay gente acompañada en medio del desierto.”

Jordi Sierra i Fabra (1947) escritor y periodista

El dolor invisible

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“¿a quién debe ser dirigida la propaganda, a los intelectuales o a la masa menos culta? ¡La propaganda siempre deberá dirigirse a la masa! Para los intelectuales, o para aquellos que hoy, lamentablemente, así se consideran, no se debe hablar de propaganda y sí de instrucción científica. Semejantes son las condiciones con las que hoy designamos la palabra propaganda. El fin de la propaganda no es la educación científica de cada cual, y sí llamar la atención de la masa sobre determinados hechos, necesidades, etcétera, cuya importancia sólo de esta forma entra en el círculo visual de la masa. El arte está exclusivamente en hacer esto de una manera tan perfecta que provoque la convicción de la realidad de un hecho, de la necesidad de un procedimiento, y de la justicia de algo necesario. La propaganda no es y no puede ser una necesidad en sí misma, ni una finalidad. De la misma manera como en el supuesto del cartel, su misión es la de llamar la atención de la masa y no enseñar a los cultos o a aquellos que procuran cultivar su espíritu; su acción debe estar cada vez más dirigida al sentimiento y sólo muy condicionalmente a la llamada razón. Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los cuales está destinada. De ahí que su grado netamente intelectual deberá regularse tanto más hacia abajo, y cuanto más grande sea el conjunto de la masa humana que ha de abarcarse. Mas, cuando se trata de atraer hacia el radio de influencia de la propaganda a toda una Nación, como exigen las circunstancias en el caso del sostenimiento de una guerra, nunca se podrá ser lo suficientemente prudente en lo que concierne a cuidar que las formas intelectuales de la propaganda sean simples en lo posible. Cuanto más modesta sea su carga científica y cuanto más tenga en consideración el sentimiento de la masa, tanto mayor será su éxito. Esto, sin embargo, es la mejor prueba de lo acertado o erróneo de una propaganda, y no la satisfacción de las exigencias de algunos sabios o jóvenes estetas. El arte de la propaganda reside justamente en la comprensión de la mentalidad y de los sentimientos de la gran masa. Ella encuentra, por la forma psicológicamente adecuada, el camino para la atención y para el corazón del pueblo. Que nuestros sabios no comprendan esto, la causa reside en su pereza mental o en su orgullo. Comprendiéndose la necesidad de la conquista de la gran masa, por medio de la propaganda, se saca la siguiente conclusión: es errado querer dar a la propaganda la variedad, por ejemplo, de la enseñanza científica. La capacidad receptiva de la gran masa es sumamente limitada y no menos pequeña su facultad de comprensión; en cambio, es enorme su falta de memoria. Teniendo en cuenta estos antecedentes, toda propaganda eficaz debe concretarse sólo a muy pocos puntos y saberlos explotar como apotegmas hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de aquello que se persigue. En el momento en que la propaganda sacrifique ese principio o quiera hacerse múltiple, quedará debilitada su eficacia por la sencilla razón de que la masa no es capaz de retener ni asimilar todo lo que se le ofrece. Y con esto sufre detrimento el resultado, para acabar a la larga por ser completamente nulo. Cuanto más importante sea el objetivo a alcanzar, tanto más cierta, psicológicamente, debe ser la táctica a emplear.”

Adolf Hitler (1889–1945) Führer y Canciller Imperial de Alemania. Líder del Partido Nazi

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“Porque, al fin, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente alejado de comprender los extremos, el fin de las cosas y su principio están para él invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable, igualmente incapaz de ver la nada de donde ha salido y el infinito donde es absorbido.”

Pensées
Variante: Porque, finalmente, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente alejado de comprender los extremos, el fin de las cosas y su principio le están invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable, igualmente incapaz de ver la nada de dónde ha sido sacado y el infinito en que se halla sumido

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“Al Sufismo se lo conoce por medio de sí mismo.”

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