Frases sobre cosas
página 24

“En nuestra vida imperfecta las cosas inútiles son, en cierta medida, necesarias.”
Sputnik Sweetheart
Variante: En nuestra vida imperfecta, las cosas inútiles son, en cierta medida, necesarias.

“El silencio más obvio era una calma inmensa y resonante, constituido por las cosas que faltaban”
The Wise Man's Fear
Variante: El silencio más obvio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban
Unknown Book 12288764

“A él le habían pasado demasiadas cosas, y a ella demasiado pocas.”
Siempre el mismo día
Incerta glòria
The City and Man

Ante el dolor de los demás
“Si oras a Dios regularmente, sucederán cosas irregulares con regularidad.”
Dibuja el círculo: 40 días para un reto devocional

Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres
Devil in Winter
Tras el rastro del ave salvaje: Reviviendo la aventura de seguir a Dios
Variante: Necesitamos tener sueños del tamaño de Dios, porque son las únicas cosas que nos harán caer de rodillas y nos mantendrán en una dependencia absoluta con respecto a Dios, tal como era nuestro destino. ¿Te puedo confiar una convicción
Era el cielo

Memoirs of a Dutiful Daughter

Memoirs of a Dutiful Daughter
Variante: A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas.
Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo
al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el
vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me
gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la
caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror;
si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto.
Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo... no debes
hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba
denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa
ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes
encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la
ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por
gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo
poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un
cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies
y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles
voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá
me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había
guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me
rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que
me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el
objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la
noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.

“Prestando atención a las pequeñas cosas, consigue resguardarse de las grandes calamidades.”
El Libro de los Manuales