Frases sobre minuto
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“Se podrá hablar un día entero de la decadencia de la tauromaquia, de lo mucho que hay de malo, las famosas homilías sobre la crueldad, etc., pero hay algo que queda en pie, y es la hora de la verdad, es ese momento en que toro y torero están solos y toda la plaza guarda silencio hasta el minuto perfecto del torear ceñido, y los �olé que festejan sucintamente cada cita y cada pase.”

Julio Cortázar (1914–1984) escritor argentino

Variante: Se podrá hablar un día entero de la decadencia de la tauromaquia, de lo mucho que hay de malo, las famosas homilías sobre la crueldad, etc., pero hay algo que queda en pie, y es la hora de la verdad, es ese momento en que toro y torero están solos y toda la plaza guarda silencio hasta el minuto perfecto del torear ceñido, y los olé que festejan sucintamente cada cita y cada pase

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“A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas. Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror; si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto. Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo… no debes hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.”

Simone de Beauvoir (1908–1986) escritora, intelectual, filósofa existencialista, activista política, feminista y teórica social francesa

Memoirs of a Dutiful Daughter
Variante: A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas.
Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo
al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el
vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me
gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la
caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror;
si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto.
Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo... no debes
hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba
denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa
ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes
encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la
ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por
gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo
poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un
cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies
y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles
voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá
me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había
guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me
rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que
me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el
objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la
noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.

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“¿Ha visto usted los periódicos? Los conformistas nos la están preparando buena, ¿no?
- ¿Eh…? Sí…, sí, señor -murmuró Claude.
- Esos cerdos… Ha llegado el momento de espabilarse… Como usted sabe, están todos armados.
- Oh… -dijo Claude.
- Claramente se vio durante el Liberacionamiento. Llevaban armas para llenar camiones. Y, naturalmente, las personas decentes, como usted o como yo, no tenemos armas.
- Muy cierto.
- Usted, ¿no tiene?
- No, señor Saknussem.
- ¿Podría usted agenciarme un revólver? -preguntó Saknussem a quemarropa.
- Es que… -dijo Claude-. Quizás el cuñado de la señora que me alquila la habitación… No sé…
- Perfecto -dijo su jefe-. Cuento con usted, ¿eh? Que tampoco resulte demasiado caro; y con cartuchos, eh. Esos cerdos conformistas… No queda más remedio que ser precavido, ¿eh?
- Indudablemente -dijo Claude.
- Gracias, Léon. Cuento con usted. ¿Cuándo podría traérmelo?
- Tengo que preguntar.
- Por supuesto. Tómese el tiempo que necesite. Si quiere salir un poco antes…
- Oh, no. No merece la pena.
- Perfectamente. Y, por otra parte, cuidado con los borrones, ¿eh? Preocúpese de su trabajo. Qué diablos, no se le paga para no hacer nada.
- Tendré cuidado señor Saknussem -prometió Claude.
- Y llegue a su hora -concluyó el jefe-. Ayer llegó usted con seis minutos de retraso.
- Sin embargo, hoy estaba aquí nueve minutos antes… -dijo Claude.
- Sí -dijo Saknussem-, pero habitualmente llega usted con cuarto de hora de adelanto.”

Autumn in Peking

“Lo que puede pasar en unos pocos minutos puede cambiarte para siempre.”

Julie Anne Peters (1952) escritora estadounidense

By the Time You Read This, I'll Be Dead

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“¿Reconoce tal vez, también usted, ahora, que hace un minuto era otro?”

Luigi Pirandello (1867–1936) dramaturgo, novelista y escritor de relatos cortos italiano

Uno, ninguno y cien mil

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“Dado que Imre era un refugio para la música y el teatro, quizá penséis que yo pasaba mucho tiempo allí, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Solo había estado en Imre una vez. Wilem y Simmon me habían llevado a una posada donde tocaba un trío de hábiles músicos: laúd, flauta y tambor. Pedí una jarra de cerveza pequeña que me costó medio penique y me relajé, dispuesto a disfrutar de una velada con mis amigos…
Pero no pude. Apenas unos minutos después de que empezara a sonar la música, casi salí corriendo del local. Dudo mucho que podáis entender por qué, pero supongo que si quiero que esto tenga algún sentido, tendré que explicároslo.
No soportaba oír música y no formar parte de ella. Era como ver a la mujer que amas acostándose con otro hombre. No. No es eso. Era como…
Era como los consumidores de resina que había visto en Tarbean. La resina de denner era ilegal, por supuesto, pero había partes de la ciudad en que eso no importaba. La resina se vendía envuelta en papel encerado, como los pirulís o los tofes. Mascarla te llenaba de euforia. De felicidad. De satisfacción.
Pero pasadas unas horas estabas temblando, dominado por una desesperada necesidad de consumir más, y esa ansia empeoraba cuanto más tiempo llevabas consumiéndola. Una vez, en Tarbean, vi a una joven de no más de dieciséis años con los reveladores ojos hundidos y los dientes exageradamente blancos de los adictos perdidos. Le estaba pidiendo un «caramelo» de resina a un marinero, que lo sostenía fuera de su alcance, burlándose de ella. Le decía a la chica que se lo daría si se desnudaba y bailaba para él allí mismo, en medio de la calle.
La chica lo hizo, sin importarle quién pudiera estar mirando, sin importarle que fuera casi el Solsticio de Invierno y que en la calle hubiera diez centímetros de nieve. Se quitó la ropa y bailó desenfrenadamente; le temblaban las pálidas extremidades, y sus movimientos eran patéticos y espasmódicos. Entonces, cuando el marinero rio y negó con la cabeza, ella cayó de rodillas en la nieve, suplicando y sollozando, agarrándose desesperadamente a las piernas del marinero, prometiéndole que haría cualquier cosa que le pidiera, cualquier cosa…
Así era como me sentía yo cuando oía tocar a unos músicos. No podía soportarlo. La ausencia diaria de mi música era como un dolor de muelas al que me había acostumbrado. Podía vivir con ello. Pero no soportaba ver cómo agitaban delante de mí el objeto de mi deseo.”

The Name of the Wind

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“Quería probar si existen ciertas ventanas temporales de maduración netamente definidas durante las cuales formamos nuestros gustos culturales (…) en concreto, si existe una edad determinada a la que las ventanas de apertura se cierran por completo.

Mientras un CD con éxitos de Wagner tocados con ukelele atronaba junto a mi oficina, me preguntaba: ¿cuándo se forman nuestros gustos musicales y cuándo dejamos de estar abiertos a escuchar nuevas músicas? Empezamos a llamar a emisoras de radio especializadas en períodos musicales concretos: rock contemporáneo, música de los setenta tipo ""Starway to Heaven"", las emisoras de doo-wop de los cincuenta, etc. ""¿Cuándo fue introducida por primera vez la música que ponéis en vuestro dial? ¿Cuál es la edad media de vuestros oyentes?""

Surgió un patrón claro: no hay muchas personas de 17 años que sintonicen a las Andrew Sisters, en las comunidades de jubilados no se escucha mucho a Rage Against The Machine y los mayores fans de sesenta minutos ininterrumpidos de James Taylor están empezando a llevar vaqueros holgados.
Descubrimos que la mayoría de la gente tenía 20 años o menos cuando decidió qué tipo de música escuchar el resto de su vida. (…) Si tienes más de 35 años cuando se introduce un nuevo tipo de música popular, existe más de un 95% de posibilidades de que nunca elijas escuchar esa música. La ventana se ha cerrado.”

Monkeyluv: And Other Essays on Our Lives as Animals

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“Nada retrata tanto la desesperanza como decir: así transcurrieron días, meses, años. Indefensos, delegamos en la sucesión fatal del tiempo, que es idéntica para todos, el avance de una corrupción que allana toda resistencia y sólo nos afecta a nosotros, recortándose contra el fondo del tiempo como una silueta a contraluz sobre una pantalla quieta. ¿Era el transcurso de los días lo que yo padecía, o más bien el privilegio de ser contemporáneo de mi propia degradación, el testigo de la evidencias que con el correr de las horas iban apartándome de lo humano? Que fueran sólo días no me consolaba; la crueldad vuelve irrisoria cualquier medida de tiempo. Así, pues, transcurrieron días, y a cada minuto sentía adelgazarse la diferencia que había entre mi cuerpo y su herida. El espacio, la ciudad, las distancias se desfiguraban a mi alrededor, se contraían en nudos álgidos y terminaban volatilizándose en el aire como si nunca hubieran sido otra cosa que ilusiones. Es probable que eso sea el Infierno: ese aire que sobrevive, intacto, a la desaparición de todas las cosas, y que envuelve como una esfera diáfana el espectáculo del derrumbe personal. Cada día que pasaba mi sufrimiento dividía el mundo por alguno de sus componentes. Un día eran las calles, otro el cielo, después eran los rostros, la luz, el idioma, y así seguido. El transcurso del tiempo no era más que esa obstinada voluntad de dividir; el resultado, como es previsible, iba decreciendo progresivamente. ¿Llegaría alguna vez a cero? Esa esperanza fue la última en abandonarme. El mundo, en efecto, es infinitamente divisible; tiende a cero, pero la cifra ínfima a la que esas divisiones lo acercan refleja menos un decrecimiento que una depuración, como si del otro lado de tanta resta no acechara el vacío sino la falta absoluta de estilo: el infierno desnudo.”

Alan Pauls (1959)
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“Te amo -le dijo Buttercup-. Sé que esto debe resultarte sorprendente, puesto que lo único que he hecho siempre ha sido mofarme de tí, degradarte y provocarte, pero llevo ya varias horas amándote, y cada segundo que pasa te amo más. Hace una hora, creí que te amaba más de lo que ninguna mujer ha amado nunca a un hombre; media hora más tarde, supe que lo que había sentido entonces no era nada comparado con lo que sentí después. Mas al cabo de diez minutos, comprendí que mi amor anterior era un charco comparado con el mar embravecido antes de la tempestad. A eso se parecen tus ojos, ¿lo sabías? Pues sí. ¿Cuántos minutos hace de eso? ¿Veinte? ¿Serían mis sentimientos tan encendidos entonces? No importa. -Buttercup no podía morarlo. El sol comenzó a asomar entonces a sus espaldas y le infundió valor -. Ahora te amo más que hace veinte minutos, tanto que no existe comparación posible. Te amo mucho más en este momento que cuando abriste la puerta de tu choza. En mi cuerpo no hay sitio más que para tí. Mis brazos te aman, mis orejas te adoran, mis rodillas tiemblan de ciego afecto. Mi mente te suplica que le pidas algo para que pueda obedecerte. ¿Quieres que te siga para el resto de tus días? Lo haré. ¿Quieres que me arrastre? Me arrastraré. Por tí me quedaré callada, por tí cantaré, y si tienes hambre, deja que te traiga comida, y si tienes sed y sólo el vino árabe puede saciarla, iré a Arabia, aunque esté en el otro confín del mundo, y te traeré una botella para el almuerzo. Si hay algo que sepa hacer por tí, lo haré; y si hay algo que no sepa, lo aprenderé. Pero recuera, por favor, que ella es vieja y tiene otros intereses, mientras que yo tengo diecisiete años y para mí sólo existes tú. Mi querido Westley… nunca te había llamado por tu nombre, ¿verdad…? Westley, Westley, Westley, Westley… querido Westley, adorado Westley, mi dulce, mi perfecto Westley, dime en un susurro que tendré la oportunidad de ganarme tu amor.”

The Princess Bride

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“Mi meta en la vida es llegar a ser un adjetivo -dijo-. Que la gente vaya por ahí diciendo: «Eso era tan bankheadiano», o «Un poco demasiado bankheadiano para mi gusto».
-Bankheadiano suena bien -dijo Madeleine.
-Es mejor que bankheadesco.
-O bankheadino.
-La terminación en «ino» es horrible la mires por donde la mires. Hay joyciano, shakesperiano, faulkneriano. Pero en «ino». ¿Quién hay por ahí que sea algo terminado en «ino»?
-¿Thoma Mannino?
-Kafesco -dijo-. ¡Pynchonesco! Mira, Pynchon es ya un adjetivo. Gaddis. ¿Cómo sería para Gaddis? ¿Gaddiesco? ¿Gaddisio?
-No, con Gaddis no se puede hacer —dijo Madeleine.
-No -dijo Leonard- Ha tenido mala suerte, Gaddis. ¿Te gusta Gaddis?
-Leí un poco de Los reconocimientos -dijo Madeleine.
Doblaron Planet Street y subieron por la pendiente.
-Belloviano -dijo Leonard-. Es superbonito cuando se cambia alguna letra. Con nabokoviano no pasa: Nabokov ya tiene la «v». Y Chéjov también: chejoviano. Los rusos lo tienen fácil. ¡Tolstoiano! El tal Tolstói era un adjetivo a la espera de formarse.
-No te olvides del tolstoianismo -dijo Madeleine.
-¡Dios mío! -dijo Leonard-. ¡Un nombre! Jamás había soñado con llegar a ser un nombre.
-¿Qué significaría bankheadiano?
Leonard se quedó pensativo unos segundos.
-De o relativo a Leonard Bankhead (norteamericano, nacido en 1959). Caracterizado por una introspección o inquietud excesiva. Sombrío, depresivo. Véase caso perdido.
Madeleine reía. Leonard se detuvo y la cogió del brazo, mirándola con seriedad.
-Te estoy llevando a mi casa -dijo.
-¿Qué?
-Todo este tiempo que llevamos andando. Te he estado llevando hacia mi casa. Eso es lo que hago normalmente, al parecer. Es vergonzoso. Vergonzoso. No quiero que sea así. No contigo. Así que te lo estoy diciendo.
-Ya me lo había figurado, que íbamos a tu casa.
-¿Sí?
-Te lo iba a decir. Cuando estuviéramos más cerca.
-Ya estamos cerca.
-No puedo subir.
-Por favor.
-No. Esta noche no.
-Hannaesco -dijo Leonard-. Testarudo. Dado a posturas inamovibles.
-Hannaesco -dijo Madeleine-. Peligroso. Algo con lo que no se juega.
-Quedo advertido.
Se quedaron de pie, mirándose, en el frío y la oscuridad de Planet Street. Leonard sacó las manos de los bolsillos para encajarse la melena detrás de las orejas.
-Puede que suba sólo un minuto -dijo Madeleine.”

The Marriage Plot

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“habiendo algunos fanáticos en el valle de Shah-i-Kot, en la provincia de Paktia. Una vez más la información era inexacta: no eran un puñado, sino centenares. Al ser afganos los talibanes derrotados, tenían a donde ir: sus aldeas y pueblos natales. Allí podían escabullirse sin dejar rastro. Pero los miembros de Al Qaeda eran árabes, uzbekos y, los más feroces de todos, chechenos. No hablaban pastún y la gente del pueblo afgano los odiaba, de manera que solo podían rendirse o morir peleando. Casi todos eligieron esto último. El mando estadounidense reaccionó al chivatazo con un plan a pequeña escala, la operación Anaconda, que fue asignada a los SEAL de la Armada. Tres enormes Chinook repletos de efectivos despegaron rumbo al valle, que se suponía vacío de combatientes. El helicóptero que iba en cabeza se disponía a tomar tierra, con el morro levantado y la cola baja, la rampa abierta por detrás y a solo un par de metros del suelo, cuando los emboscados de Al Qaeda dieron el primer aviso. Un lanzagranadas hizo fuego. Estaba tan cerca que el proyectil atravesó el fuselaje del helicóptero sin explotar. No había tenido tiempo de cargarse, así que lo único que hizo fue entrar por un costado y salir por el otro sin tocar a nadie, dejando un par de boquetes simétricos. Pero lo que sí hizo daño fue el incesante fuego de ametralladora desde el nido situado entre las rocas salpicadas de nieve. Tampoco hirió a nadie de a bordo, pero destrozó los controles del aparato al horadar la cubierta de vuelo. Gracias a la habilidad y la genialidad del piloto, pocos minutos después el moribundo Chinook ganaba altura y recorría cuatro kilómetros hasta encontrar un sitio más seguro donde proceder a un aterrizaje forzoso. Los otros dos helicópteros se retiraron también. Pero un SEAL, el suboficial Neil Roberts, que se había desenganchado de su cable de amarre, resbaló en un charquito de fluido hidráulico y cayó a tierra. Resultó ileso, pero inmediatamente fue rodeado por miembros de Al Qaeda. Los SEAL jamás abandonan a uno de los suyos, esté vivo o muerto. Poco después de aterrizar regresaron en busca de Roberts, al tiempo que pedían refuerzos por radio. Había empezado la batalla de Shah-i-Kot. Duró cuatro días, y se saldó con la muerte del suboficial Neil Roberts y otros seis estadounidenses. Había tres unidades lo bastante cerca como para acudir a la llamada: un pelotón de SBS británicos por un lado y la unidad de la SAD por el otro; pero el grupo más numeroso era un batallón del 75 Regimiento de Rangers. Hacía un frío endemoniado, estaban a muchos grados bajo cero. La nieve, empujada por el viento incesante, se clavaba en los ojos. Nadie entendía cómo los árabes habían podido sobrevivir en aquellas montañas; pero el caso era que allí estaban, y dispuestos a morir hasta el último hombre. Ellos no hacían prisioneros ni esperaban serlo tampoco. Según testigos presenciales, salieron de hendiduras en las rocas, de grutas invisibles y nidos de ametralladoras ocultos. Cualquier veterano puede confirmar que toda batalla degenera rápidamente en un caos, y en Shah-i-Kot eso sucedió más rápido que nunca. Las unidades se separaron de su contingente, los soldados de sus unidades. Kit Carson se encontró de repente a solas en medio de la ventisca. Vio a otro estadounidense (pudo identificarlo por lo que llevaba en la cabeza: casco, no turbante) también solo, a unos cuarenta metros. Un hombre vestido con túnica surgió del suelo y disparó contra el soldado con su lanzagranadas. Esa vez la granada sí estalló; no dio en el blanco sino que explotó a los pies del soldado.”

Frederick Forsyth (1938) novelista británico

La lista

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“Solo se permitía el lujo de sentirse triste unos pocos minutos cada noche antes de dormirse”

Ken Follett (1949) novelista británico

Trilogía The Century

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“El dolor es algo temporal, puede durar un minuto, una hora, un día, o un año, pero al final se acabará y otra cosa ocupará su lugar. Sin embargo, si me rindo ese dolor será para siempre. Esa rendición, incluso el acto más pequeño de rendirse, permanece conmigo. Entonces, cuando tengo ganas de renunciar, me pregunto con qué preferiría vivir.”

Lance Armstrong (1971) ciclista retirado estadounidense

Original: «Pain is temporary. It may last a minute, or an hour, or a day, or a year but eventually it will subside and something else will take its place. If I quit, however, it lasts forever. That surrender even the smallest act of giving up, stayswith me. So when I feel like quitting, I ask myself wich would I rather live with?».
Fuente: Wright, Monica y Matt Thom. 84 Day Body Alkaline Challenge Action Manual. Editor Fitness Kick Pty Ltd, 2014. ISBN 9780992410421. https://books.google.es/books?id=0RbtAgAAQBAJ&pg=PT2&dq=ISBN%090992410428,+9780992410421&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwiq_db_6N7gAhXR4IUKHcOcAXIQ6AEIKDAA#v=onepage&q=Pain%20is%20temporary.%20It%20may%20last%20a%20minute%2C%20or%20an%20hour%2C%20or%20a%20day%2C%20or%20a%20year%20but%20eventually%20it%20will%20subside%20and%20&f=false

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“Todos los hombres, durante un minuto, son Dios.”

Nikos Kazantzakis
Fragmentos citados de algunas de sus obras, Citas de otros autores usadas por Sampedro en sus obras
Fuente: El río que nos lleva.
Fuente: [Sampedro] (1982), p. 11.

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“Si discutiera con un jugador, nos sentaríamos juntos unos veinte minutos, hablaríamos del asunto y al final decidiríamos que yo tengo razón.”

Brian Clough (1935–2004) Entrenador de Futbol Inglés

Clough sobre la gestión de los recursos humanos.

“Ya conocía el trabajo que ha hecho en el Sevilla y el que hizo aquí en Jerez. Si el Sevilla lo repescó para el primer equipo es por algo. Llama la atención lo bien que defiende. Además, sabe mantener muy bien la concentración durante los 90 minutos. No lo voy a descubrir ahora.”

David Prieto (1983) futbolista español

Aythami Artiles, compañero suyo en el Xerez CD, ante la posibilidad de jugar junto a él en el primer partido del Xerez como local en Primera.
Fuente: AS (08-09-09), « Un muro para los leones http://futbol.as.com/futbol/2009/09/08/mas_futbol/1252391209_850215.html», en as.com.

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“Es tan viejo que cuando pide un huevo (cocido) de tres minutos, le piden el dinero por adelantado.”

George Burns (1896–1996) cómico y actor estadounidense

Original: «He’s so old that when he orders a three-minute egg, they ask for the money up front».
Fuente: 35 Classic One-liners About Aging. Colaborador John Blumenthal. Publicado el 12 de abril de 2011. https://www.huffingtonpost.com/john-blumenthal/aging-comedy_b_1128087.html?guccounter=1 Consultado el 26 de octubre de 2018.

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“Confecciónate una nueva virginidad cada cinco minutos y escucha estos consejos como si te los diera una moldura, pues aunque la experiencia sea una enfermedad que ofrece tan poco peligro de contagio, no debes exponerte a que te influencie ni tan siquiera tu propia sombra.”

Oliverio Girondo (1891–1967) poeta argentino

Página 14.
Espantapájaros: al alcance de todos, 1932
Fuente: Faúndez V., Edson. Espantapájaros (Al alcance de todos) de Oliverio Girondo: La relación de uno consigo mismo como respuesta al hastío de vivir. Universidad de Concepción, Chile. Acta Literaria Nº 33 (87-108), 2006 ISSN 0716-0909. https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-68482006000200007 Consultado el 2 de noviembre de 2018.

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“Delatemos un onanismo más: el de izar la bandera cada cinco minutos.”

Oliverio Girondo (1891–1967) poeta argentino

Membretes

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“Sí, tengo una rutina en la que salgo a caminar y puedo trabajar en mis melodías. De hecho, uso los canales, pero luego descubrí que cuando voy a la piscina en Westbourne Grove puedo caminar, están todos estos túneles debajo de la autopista. Son bastante tranquilos para trabajar con mis melodías en realidad. Tienen un eco muy bonito. Tengo que ir a un lugar donde no haya nadie, o me arrestarán y me encerrarán. En Islandia, aunque estés en la capital, siempre puedes caminar cinco minutos y estar sola. Así es como he trabajado en mis melodías desde que era una niña.”

Björk (1965) cantautora, multiinstrumentista, compositora y productora islandesa

Original: «Yeah, I have a routine where I will go for walks and I can work on my melodies. I actually use the canals, but then I discovered because I go to the swimming pool in Westbourne Grove that I can walk through – there’s all these tunnels underneath the motorway. They’re quite good for working on my melodies actually. They’ve got a really nice echo. I sort of have to go somewhere where no one is, or they’ll arrest me and put me away. In Iceland, even though you’re in the capital you can always walk for five minutes and you’re on your own. That’s kinda how I’ve worked on my melodies since I was a kid».
Fuente: Kevin EG Perry. Interview: Bjork talks privacy, punk, Lady Gaga and Biophilia. Publicado en Drowned in Sound el 9 de octubre de 2011. http://drownedinsound.com/in_depth/4143741-interview--bjork-talks-piracy-punk-lady-gaga-and-biophilia Consultado el 1 de marzo de 2019.

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“Ningún minuto de la historia es igual a otro; ninguna idea o acontecimiento humano puede ser juzgado fuera de su propia época.”

Fidel Castro (1926–2016) Ex Presidente de Cuba y Ex Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba

Carta a Hugo Chávez, 14/12/2009 http://www.granma.cu/granmad/secciones/ref-fidel/art178.html.