Frases sobre la pérdida
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“Tres cosas no pueden recuperarse:
La flecha una vez que ha partido del arco
La palabra dicha precipitadamente
La oportunidad perdida.

Ali, el León del Islam.”

Caravan of Dreams
Variante: Tres cosas
Tres cosas no pueden recuperarse:
La flecha una vez que ha partido del arco
La palabra dicha precipitadamente
La oportunidad perdida.

(Alí el León, Califa del Islam, yerno del profeta Mahoma)

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“¿Tú confías en mí, Al? Eso es lo que importa. ¿Confías en mí o crees que he perdido la cabeza porque he perdido el corazón, como cree él?”

Stephen King (1947) escritor, novelista, columnista, productor cinematográfico y director estadounidense

Wizard and Glass

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“¡Estás más perdido que un juey bizco!”

The Book of Unknown Americans

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“Dado que Imre era un refugio para la música y el teatro, quizá penséis que yo pasaba mucho tiempo allí, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Solo había estado en Imre una vez. Wilem y Simmon me habían llevado a una posada donde tocaba un trío de hábiles músicos: laúd, flauta y tambor. Pedí una jarra de cerveza pequeña que me costó medio penique y me relajé, dispuesto a disfrutar de una velada con mis amigos…
Pero no pude. Apenas unos minutos después de que empezara a sonar la música, casi salí corriendo del local. Dudo mucho que podáis entender por qué, pero supongo que si quiero que esto tenga algún sentido, tendré que explicároslo.
No soportaba oír música y no formar parte de ella. Era como ver a la mujer que amas acostándose con otro hombre. No. No es eso. Era como…
Era como los consumidores de resina que había visto en Tarbean. La resina de denner era ilegal, por supuesto, pero había partes de la ciudad en que eso no importaba. La resina se vendía envuelta en papel encerado, como los pirulís o los tofes. Mascarla te llenaba de euforia. De felicidad. De satisfacción.
Pero pasadas unas horas estabas temblando, dominado por una desesperada necesidad de consumir más, y esa ansia empeoraba cuanto más tiempo llevabas consumiéndola. Una vez, en Tarbean, vi a una joven de no más de dieciséis años con los reveladores ojos hundidos y los dientes exageradamente blancos de los adictos perdidos. Le estaba pidiendo un «caramelo» de resina a un marinero, que lo sostenía fuera de su alcance, burlándose de ella. Le decía a la chica que se lo daría si se desnudaba y bailaba para él allí mismo, en medio de la calle.
La chica lo hizo, sin importarle quién pudiera estar mirando, sin importarle que fuera casi el Solsticio de Invierno y que en la calle hubiera diez centímetros de nieve. Se quitó la ropa y bailó desenfrenadamente; le temblaban las pálidas extremidades, y sus movimientos eran patéticos y espasmódicos. Entonces, cuando el marinero rio y negó con la cabeza, ella cayó de rodillas en la nieve, suplicando y sollozando, agarrándose desesperadamente a las piernas del marinero, prometiéndole que haría cualquier cosa que le pidiera, cualquier cosa…
Así era como me sentía yo cuando oía tocar a unos músicos. No podía soportarlo. La ausencia diaria de mi música era como un dolor de muelas al que me había acostumbrado. Podía vivir con ello. Pero no soportaba ver cómo agitaban delante de mí el objeto de mi deseo.”

The Name of the Wind

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“Mujer negra

Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.
La noche, no puedo recordarla.
Ni el mismo océano podría recordarla.
Pero no olvido el primer alcatraz que divisé.
Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.
Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral
Me dejaron aquí y aquí he vivido.
Y porque trabajé como una bestia,
aquí volví a nacer.
A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.

Me rebelé.
Su Merced me compró en una plaza.
Bordé la casaca de su Merced y un hijo macho le parí.
Mi hijo no tuvo nombre.
Y su Merced murió a manos de un impecable lord inglés.

Anduve.
Esta es la tierra donde padecí bocabajos y azotes.
Bogué a lo largo de todos sus ríos.
Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí.
Por casa tuve un barracón.
Yo misma traje piedras para edificarlo,
pero canté al natural compás de los pájaros nacionales.

Me sublevé.
En esta tierra toqué la sangre húmeda
y los huesos podridos de muchos otros,
traídos a ella, o no, igual que yo.
Ya nunca más imaginé el camin a Guinea.
¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a
Madagascar? ¿O a Cabo Verde?
Trabajé mucho más.
Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza.
Aquí construí mi mundo.

Me fui al monte.
Mi real independencia fue el palenque
y cabalgué entre las tropas de Maceo.
Sólo un siglo más tarde,
junto a mis descendientes,
desde una azul montaña.

Bajé de la Sierra
Para acabar con capitales y usureros,
con generales y burgueses.
Ahora soy: sólo hoy tenemos y creamos.
Nada nos es ajeno.
Nuestra la tierra.
Nuestros el mar y el cielo.
Nuestras la magia y la quimera.
Iguales míos, aquí los veo bailar
alrededor del árbol que plantamos para el comunismo.
Su pródiga madera ya resuena.”

Nancy Morejón (1944) escritora cubana
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“Durante la primera parte de tu vida, no te das cuenta de tu felicidad hasta que la has perdido. Luego llega una edad, una segunda edad, en que sabes, en cuanto empiezas a vivir algo feliz, que acabaràs perdièndolo.”

The Possibility of an Island
Variante: Durante la primera parte de tu vida, no te das cuenta de tu felicidad hasta que la has perdido. Luego llega una edad, una segunda edad, en que sabes, en cuanto empiezas a vivir algo feliz, que acabarás perdiéndolo

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“sobre todo si de repente una se siente perdida y sola y empieza a notar que el pánico se despliega en su interior como un helecho.”

Terry Pratchett (1948–2015) escritor británico de fantasía y ciencia ficción

Un sombrero de cielo

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“Aprendí hace mucho que la pérdida no solo es probable, sino inevitable.”

Christina Baker Kline (1964) escritora estadounidense

El tren de los huérfanos

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“Citaría a Platón, ya que estaría ante un intelectual. Según él, al principio de la creación, los hombres y las mujeres no eran como son hoy; había sólo un ser, que era bajo, con un cuerpo, pero cuya cabeza tenía dos caras, cada una mirando en una dirección. Era como si dos criaturas estuviesen pegadas por la espalda, con dos sexos opuestos, cuatro piernas, cuatro brazos.

Los dioses griegos, sin embargo, eran celosos, y vieron que una criatura que tenía cuatro brazos trabajaba más, dos caras opuesta estaban siempre vigilantes y no podían ser atacadas a traición, cuatro piernas no exigiían tanto esfuerzo para permaneces de pie o andar durante largos períodos. Y lo que era más peligroso: la criatura tenía dos sexos diferentes, no necesitaba a nadie más para seguir reproduciéndose en la Tierra.

Entonces dijo Zeus, el supremo señor del Olimpo: Tengo un planpara hacer que esos mortales pierdan su fuerza.

Y con un rayo, partió a la criatura en dos, y así creo al hombre y a la mujer. Eso aumentó mucho la población del mundo, y al mismo tiempo desorientó y debilitó a los que en él habitaban, porque ahora tenían que buscar su parte perdida, abrazarla de nuevo, y en ese abrazo recuperar la antigua fuerza, la capacidad de evitar la traición, la resistencia para andar largos períodos y soportar el trabajo agotador. A ese abrazo donde los dos cuerpos se confunden de nuevo en uno lo llamamos sexo.”

Paulo Coelho (1947) escritor brasileño
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“Eso es porque Aki se ha ido. Porque la he perdido. Ya no hay nada que desee ver. Ni en Australia, ni en Alaska, ni en el Mediterráneo, ni en la Antártida. En este mundo, vaya a donde vaya, siempre me sucederá los mismo. Por más maravilloso que sea el paisaje que tenga ante los ojos, nunca me emocionaré; la más hermosa de las vistas no me gustará. Ha desaparecido la persona que me hacía desear, ver, saber y sentir…, incluso vivir.”

Kyōichi Katayama (1959) escritor japonés

Socrates In Love
Variante: Eso es porque Aki se ha ido. Porque la he perdido. Ya no hay nada que desee ver. Ni en Australia, ni en Alaska, ni en el Mediterráneo, ni en la Antártida. En este mundo, vaya a dónde vaya, siempre me sucederá lo mismo. Por más maravilloso que sea el paisaje que tenga ante los ojos, nunca me emocionaré; la más hermosa de las vistas no me gustará. Ha desaparecido la persona que me hacía desear ver, saber y sentir…, incluso vivir. Ella ya no volverá a estar jamás a mi lado.

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“Una vez fui testigo del estrecho nexo entre la pérdida de la fe en el futuro y este peligroso darse por vencido. F., el jefe de mi barracón, compositor y libretista famoso, me confió un día: «Me gustaría contarle algo, doctor. He tenido un extraño sueño. Una voz me invitaba a desear cualquier cosa, bastaba con preguntar lo que quería conocer y mis preguntas serían satisfechas de inmediato. ¿Sabe qué pregunté? Cuándo terminaría la guerra para mí. Ya sabe lo que quiero decir, doctor, ¡para mí! Conocer cuándo seríamos liberados los de este campo y cuándo terminarían nuestros sufrimientos». «¿Y cuándo tuvo usted ese sueño?», le pregunté. «En febrero de 1945», contestó. Por entonces estábamos a principios de marzo. «¿Qué respondió la voz en su sueño?» En voz baja, casi furtivamente, me susurró: «El treinta de marzo.» Cuando F. me contó aquel sueño todavía se encontraba rebosante de esperanza y convencido de la certeza y veracidad del oráculo de la voz. Sin embargo, a medida que se acercaba el día prometido, las noticias que recibíamos sobre la guerra menguaban las esperanzas de ser liberados en la fecha indicada. El veintinueve de marzo, de repente, F. cayó enfermo con una fiebre muy alta. El treinta de marzo, el día en que según su profecía terminaría la guerra y el sufrimiento para él, empezó a delirar y perdió la conciencia. El treinta y uno de marzo falleció. Según todas las apariencias murió de tifus…”

El hombre en busca de sentido

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“A mí, Hasan, hijo de Mohamed el alamín, a mí, Juan León de Médicis, circuncidado por la mano de un barbero y bautizado por la mano de un papa, me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía. Mis muñecas han sabido a veces de las caricias de la seda y a veces de las injurias de la lana, del oro de los príncipes y de las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios han sonrojado a mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer imperios. Por boca mía oirás el árabe, el turco, el castellano, el beréber, el hebreo, el latín y el italiano vulgar, pues todas las lenguas, todas las plegarias me pertenecen. Mas yo no pertenezco a ninguna. No soy sino de Dios y de la tierra, y a ellos retornaré un día no lejano. Y tú permanecerás después de mí, hijo mío. Y guardarás mi recuerdo. Y leerás mis libros. Y entonces volverás a ver esta escena: tu padre, ataviado a la napolitana, en esta galera que lo devuelve a la costa africana, garrapateando como mercader que hace balance al final de un largo periplo. Pero no es esto, en cierto modo, lo que estoy haciendo: qué he ganado, qué he perdido, qué he de decirle al supremo Acreedor? Me ha prestado cuarenta años que he ido dispersando a merced de los viajes: mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en el Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia.”

Leo Africanus

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“Se dio cuenta de que el coronel Aureliano Buendía no le había perdido el cariño a la familia a causa del endurecimiento de la guerra, como ella creía antes, sino que nunca había querido a nadie, ni siquiera a su esposa Remedios o a las incontables mujeres de una noche que pasaron por su vida, y mucho menos a sus hijos. Vislumbró que no había hecho tantas guerras por idealismo, como todo el mundo creía, ni había renunciado por cansancio a la victoria inminente, como todo el mundo creta, sino que había ganado y perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia. Llegó a la conclusión de que aquel hijo por quien ella habría dado la vida, era simplemente un hombre incapacitado para el amor. Una noche, cuando lo tenía en el vientre, lo oyó llorar. Fue un lamento tan definido, que José Arcadio Buendía despertó a su lado y se alegró con la idea de que el niño iba a ser ventrílocuo. Otras personas pronosticaron que sería adivino. Ella, en cambio, se estremeció con la certidumbre de que aquel bramido profundo era un primer indicio de la temible cola de cerdo, y rogó a Dios que le dejara morir la criatura en el vientre. Pero la lucidez de la decrepitud le permitió ver, y así lo repitió muchas veces, que el llanto de los niños en el vientre de la madre no es un anuncio de ventriloquia ni de facultad adivinatoria, sino una señal inequívoca de incapacidad para el amor.”

One Hundred Years of Solitude

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“Una fuente de paz sin explotar Una fuente de paz sin explotar, pues la única esperanza real es recurrir a la sabiduría colectiva de las mujeres, aquellas que tienen experiencia directa del precio de una guerra: la vida de un niño, de un nieto, un hermano, un esposo; la pérdida de un miembro o de la cordura de alguien cercano y querido; la pérdida de la risa, la dominación del miedo; la pérdida de esperanza para el futuro.   Una fuente de paz sin explotar, aquellas que han vivido la violencia doméstica: que han visto en sus hijos los efectos de la intimidación, que han visto enmudecer a sus hijas, que han visto apagarse la luz en sus ojos; aquellas que saben que cuando cada niña y cada niño importen, cuando ninguno de ellos pase hambre, soporte abusos o quede excluido, el mundo será un lugar más amable para todos nosotros.   Una fuente de paz sin explotar, las mujeres con empatía que viven en un mundo aparte, que se sienten seguras, queridas, afortunadas y, no obstante, son capaces de imaginar lo que es verse impotente, golpeada, violada, forzada luego a dar a luz a esa criatura concebida en la violencia; mujeres que saben en lo hondo de sus corazones que lo que le sucede a cualquier mujer en cualquier parte podría sucederles a ellas.   Una fuente de paz sin explotar, las mujeres que ven a sus seres queridos sedientos de venganza, llenos de odio, constantemente en guardia, devorados por el miedo o temerosos de dormirse a causa de las pesadillas; maridos, hermanos, hijos, y ahora hijas que vuelven de la guerra y se parecen poco a lo que hubieran podido ser en un mundo de paz.   Una fuente de paz sin explotar, las mujeres reunidas en círculos, las mujeres conectadas, las mujeres unidas que traen la feminidad sagrada, el instinto maternal, el arquetipo de la hermana, el poder de la Madre al mundo.   JEAN SHINODA BOLEN”

Jean Shinoda Bolen (1936) psiquiatra estadounidense

Mensaje urgente a las mujeres

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“Y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura,
tontería
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto.”

Pablo Neruda (1904–1973) poeta

Isla Negra: A Notebook
Variante: Y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura,
tontería
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto.

“¿Por qué cree que abrir una librería es inverosímil?-. ¿La gente de Hardborough no quiere comprar libros?
-Han perdido el deseo por las cosas raras-dijo (…). (…) Y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos.”

Penelope Fitzgerald (1916–2000) escritora británica

Variante: ¿Por qué cree que abrir una librería es inverosímil?-le gritó al viento-. ¿La gente de Hadborough no quiere comprar libros?
-Han perdido el deseo por las cosas raras -dijo (...)-. (...) Y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos. (La librería)