Frases sobre las lágrimas
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“—Pero las lágrimas son necesarias. ¿No recuerda lo que dice Otelo? “¡Si tras cada tempestad vienen tales calmas, soplen los vientos hasta que despierten a la muerte.”

Aldous Huxley (1894–1963) escritor británico

Un mundo feliz*Retorno a un mundo feliz
Variante: Pero las lágrimas son necesarias. ¿No recuerda lo que dice Otelo? «Si después de cada tormenta vienen tales calmas, ojalá los vientos soplen hasta despertar a la muerte.»

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“Furia la sorprendió tomándola entre sus brazos y pegándola a su cuerpo. Le suplicó al oído:
—Rafaela, no quiero que mañana se arripienta de ser mi mujer. Deténgame aura si mañana sentirá asco de mí.
La sonrisa suave de Rafaela lo desarmó. No recordaba haberla visto tan tranquila ni dueña de sí. Lo que ella expresó a continuación, le arrancó lágrimas, a él, que desde la muerte de sus padres no había vuelto a derramarlas.
—Lo amo, señor Furia, así como es usted, mal hablado, pendenciero, con argollas en la oreja, con un genio que hace honor a su apellido y hasta con olor a caballo. Lo amo como nunca amé a nadie porque nunca conocí a nadie con su nobleza, su pasión por el trabajo y su respeto por el prójimo. Lo admiro por su coraje, señor Furia, y por su orgullo sin vanidad. Lo amo porque usted es de las pocas personas que le mostró
cariño a Mimita. Pero sobre todo lo amo porque a su lado no tengo miedo.
—¡Rafaela! —exclamó, enloquecido, y la abrazó con fiereza, sacudiéndola como si se tratase de una muñeca rellena de estopa en su codicia por conquistar con la boca y las manos cada centímetro de su cuerpo.
Ella siguió hablándole, con el aliento entrecortado, con la cabeza echada hacia atrás y el cuello expuesto a los besos, los mordiscos y a la intemperancia del gaucho.
—No lo conozco. Poco sé de su vida y de su índole. Sin embargo, confío, confío ciegamente en usted, señor Furia.”

Florencia Bonelli (1971) escritora argentina

Me llaman Artemio Furia

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“Alcanzó a reconocerla en el tumulto a través de las lágrimas del dolor irrepetible de morirse sin ella, y la miró por última vez para siempre jamás con los ojos más luminosos, más tristes y más agradecidos que ella no le vio nunca en medio siglo de vida en común, y alcanzó a decirle con el último aliento: “Sólo Dios sabe cuánto te quise.””

Gabriel García Márquez (1927–2014) modelo de bigotes

Citas de sus libros, El amor en los tiempos del cólera (1985)
Variante: Alcanzó a reconocerla en el tumulto a través de las lágrimas del dolor irrepetible de morirse sin ella, y la miró por última vez para siempre jamás con los ojos más luminosos, más tristes y más agradecidos que ella no le vio nunca en medio siglo de vida en común, y alcanzó a decirle con el último aliento: -Sólo Dios sabe cuánto te quise.

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“A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas. Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror; si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto. Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo… no debes hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.”

Simone de Beauvoir (1908–1986) escritora, intelectual, filósofa existencialista, activista política, feminista y teórica social francesa

Memoirs of a Dutiful Daughter
Variante: A menudo me he interrogado sobre la razón y el sentido de mis rabietas.
Creo que se explican en parte por una vitalidad fogosa y por un extremismo
al cual nunca he renunciado del todo. Llevaba mis repugnancias hasta el
vómito, mis deseos hasta la obsesión; un abismo separaba las cosas que me
gustaban de las que no me gustaban. No podía aceptar con indiferencia la
caída que me precipitaba de la plenitud al vacío, de la beatitud al horror;
si la consideraba fatal, me resignaba; nunca me enojé contra un objeto.
Pero me negaba a ceder a esa fuerza impalpable: las palabras; lo que me
sublevaba es que una frase lanzada al descuido: "Debes hacerlo... no debes
hacerlo", arruinara en un instante mis empresas y mis alegrías. Lo
arbitrario de las órdenes y de las prohibiciones contra las que chocaba
denunciaba su inconsistencia; ayer pelé un durazno: ¿por qué no esa
ciruela?, ¿por qué dejar mis juegos justo en este minuto? En todas partes
encontraba obligaciones, en ninguna parte su necesidad. En el corazón de la
ley que me abrumaba con el implacable rigor de las piedras, yo entreveía
una ausencia vertiginosa: me sumergía en ese abismo, la boca desgarrada por
gritos. Aferrándome al suelo, pataleando, oponía mi peso de carne al aéreo
poder que me tiranizaba; lo obligaba a materializarse; me encerraban en un
cuarto oscuro entre escobas y plumeros; entonces podía golpear con los pies
y las manos en muros verdaderos, en vez de debatirme contra inasibles
voluntades. Yo sabía que esa lucha era vana; desde el momento en que mamá
me había sacado de las manos la ciruela sangrienta, en que Louise había
guardado en su bolsa mi pala y mis moldes, yo estaba vencida; pero no me
rendía. Cumplía el trabajo de la derrota. Mis sobresaltos, las lágrimas que
me cegaban, quebraban el tiempo, borraban el espacio, abolían a la vez el
objeto de mi deseo y los obstáculos que me separaban de él. Me hundía en la
noche de la impotencia; ya nada quedaba salvo mi presencia desnuda y ella
explotaba en largos aullidos.

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“Madre de los juegos latinos y los deleites griegos,
Lesbos, donde los besos, lánguidos o gozosos,
cálidos como soles, frescos como las sandías,
son el adorno de noches y días gloriosos;
madre de los juegos latinos y los deleites griegos.

Lesbos, donde los besos son como cascadas
que se arrojan sin miedo en las simas sin fondo,
y fluyen, entrecortados de sollozos y risas,
tormentosos y secretos, hormigueantes y profundos;
¡Lesbos, donde los besos son como las cascadas!

Lesbos, donde las Frinés se atraen entre sí,
donde nunca un suspiro dejó de hallar un eco,
las estrellas te admiran tanto como a Pafos,
¡y Venus con razón puede envidiar a Safo!
Lesbos, donde las Frinés se atraen entre sí,

Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas,
que hacen que en sus espejos, ¡infecundo deleite!
las niñas de ojos hundidos, enamoradas de sus cuerpos,
acaricien los frutos ya maduros de su nubilidad;
Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas,

deja al viejo Platón fruncir su ceño austero;
obtienes tu perdón del exceso de besos,
reina del dulce imperio, tierra noble y amable,
y de refinamientos siempre sin agotar,
deja al viejo Platón fruncir su ceño austero.

Obtienes tu perdón del eterno martirio,
infligido sin tregua a los corazones ambiciosos,
que atrae lejos de nosotros la radiante sonrisa,
¡vagamente entrevista al borde de otros cielos!
¡Obtienes tu perdón del eterno martirio!

¿Qué Dios se atreverá a ser tu juez, oh Lesbos?,
y a condenar tu frente pálida por penosas labores,
si sus balanzas de oro no han pesado el diluvio,
de lágrimas que en el mar vertieron tus arroyos?
¿Qué Dios se atreverá a ser tu juez, oh Lesbos?

¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo y lo injusto?
Vírgenes de corazón sublime, honra del Archipiélago,
vuestra religión es augusta como cualquiera,
¡y el amor se reirá del Infierno y del Cielo!
¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo y lo injusto?

Pues Lesbos me ha elegido en la tierra entre todos,
para cantar el secreto de sus floridas vírgenes,
y desde la infancia que inicié en el negro misterio,
de las risas sin freno mezcladas con los llantos sombríos;
pues Lesbos me ha elegido en la tierra entre todos

y desde entonces velo en la cumbre del Léucato,
igual que un centinela de mirada segura y penetrante,
que vigila noche y día,, tartana o fragata,
cuyas formas a lo lejos se agitan en el azul;
y desde entonces velo en la cumbre del Léucato,

para saber si el mar es indulgente y bueno,
y si entre los sollozos que en la roca resuenan,
un día llevará a Lesbos, que perdona,
el cadáver adorado de Safo, que partió,
¡para saber si el mar es indulgente y bueno!

De Safo la viril, la amante y la poetisa,
¡por su palidez triste más hermosa que Venus!
—Al ojo azul venció el negro que mancilla
el tenebroso círculo trazado por las penas
¡de Safo la viril, la amante y la poetisa!

Presentándose al mundo más hermosa que Venus
y vertiendo el tesoro de su serenidad
y el brillo de su rubia juventud,
sobre el viejo Océano prendado de su hija;
¡presentándose al mundo más hermosa que Venus!

—De Safo, que murió el día de su blasfemia,
cuando, insultando el rito y el culto establecido,
convirtió su hermoso cuerpo en pasto supremo
de un bruto cuyo el orgullo castigó la impiedad
de aquella que murió el día de su blasfemia,

y desde entonces Lesbos lanza lamentaciones,
y, pese a los honores que le tributa el mundo,
cada noche le embriaga la voz de la tormenta,
¡que elevan hacia el cielo sus orillas desiertas!
¡y desde entonces Lesbos lanza lamentaciones!”

Les Fleurs du Mal

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“Yo me llamo la caridad, soy el camino principal que conduce a Dios; seguidme, porque soy el objeto al que debéis todos aspirar. Esta mañana he hecho mi paseo habitual, y con el corazón lastimado vengo a deciros: ¡Oh! amigos míos, qué miserias, qué lágrimas y cuánto tenéis que hacer para sacarlas todas! He procurado vanamente consolar a las pobres madres; las he dicho al oído: ¡Animo! ¡hay buenos corazones que velan por vosotras, no os abandonarán, paciencia! Dios está aquí, sois sus amadas, sois sus elegidas. Parece que me oyen y vuelven a mí sus grandes ojos extraviados, pues leía en su pobre rostro que su cuerpo, ese tirano del espíritu, tenía hambre, y que si mis palabras serenaban un poco su corazón, no llenaban su estómago. Repetía otra vez, ¡ánimo, ánimo!, y entonces una pobre madre, joven aun, que amamantaba a su hijito, lo ha tomado en sus brazos y lo ha levantado como rogándome que protegiese a aquel pobre pequeño ser que sólo sacaba de su seno estéril un alimento insuficiente. En otra parte, amigos míos, he visto a pobres ancianos sin trabajo y en breve sin asilo, presa de todos los sufrimientos de la necesidad, y avergonzados de su miseria, no atreverse, no habiendo mendigado nunca, a implorar la piedad de los viandantes. Con el corazón conmovido de compasión, yo que nada tengo, me he puesto a mendigar para ellos, y voy por todas partes estimulando la beneficencia e inspirando buenos sentimientos a los corazones generosos y compasivos. Por esto vengo hoy, amigos míos, y os digo: allá hay desgraciados cuya artesa está sin pan, su hogar sin fuego y su cama sin abrigo. No os digo lo que debéis hacer, dejo la iniciativa a vuestros corazones; si yo os trazara vuestra línea de conducta, no tendríais el mérito de vuestra buena acción, sólo os digo: Soy la caridad, y os tiendo la mano para vuestros hermanos que sufren. Mas si pido, también doy, y doy mucho; ¡os convido al gran banquete, y os facilito el árbol en que os saciaréis todos! ¡Mirad qué hermoso es y cuán cargado está de flores y de frutos! Id, id; coged todos los frutos de ese hermoso árbol, que es la beneficencia. En el lugar que ocupaban las ramas que habréis cogido, pondré todas las buenas acciones que haréis y llevaré este árbol a Dios para que lo cargue de nuevo, porque la beneficencia es inagotable. Seguidme, pues, amigos míos, a fin de que os cuente en el número de los que se alisten a mi bandera; no tengáis miedo; yo os conduciré al camino de la salvación; porque soy la Caridad. (Caritá, martirizada en Roma. Lyon, 1861).”

Allan Kardec (1804–1869)

El Evangelio segun los Espiritus

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“Si los hombres supieran lo que se puede conseguir con una lágrima, los querríamos más y los arruinaríamos menos.”

Alexandre Dumas (padre) (1802–1870) novelista y dramaturgo francés

La Dama de las Camelias

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“Walking Around

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las pelquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a une monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.”

Pablo Neruda (1904–1973) poeta
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“Se me llenaron los ojos de lágrimas beodas”

Robin Maugham (1916–1981) dramaturgo británico

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“15 de agosto de 1343
Misa solemne de campaña

El ejercito entero, concentrado en la playa, rendia culto a la Virgen de la Mar. Pedro III habia cedido a las presiones del Santo Padre y pactado una tregua con Jaime de Mallorca. El rumor corrio entre el ejercito. Arnau no escuchaba al sacerdote; pocos lo hacian, la mayoria tenia el rostro contrito. La Virgen no consolaba a Arnau. Habia matado. Habia talado arboles. Habia arrasado vinas y campos de cultivo ante los asustados ojos de los campesinos y de sus hijos. Habia destruido villas enteras y con ellas los hogares de gentes de bien. El rey Jaime habia conseguido su tregua y el rey Pedro habia cedido. Arnau recordo las arengas de Santa Maria de la Mar: "Cataluna os necesita! El rey Pedro os necesita! Partid a la guerra!". Que guerra? Solo habian sido matanzas. Escaramuzas en las que los unicos que perdieron fueron las gentes humildes, los soldados leales… y los ninos, que pasarian hambre el proximo invierno por falta de grano. Que guerra? La que habian librado obispos y cardenales, correveidiles de reyes arteros? El sacerdote proseguia con su homilia pero Arnau no escuchaba sus palabras. Para que habia tenido que matar? De que servian sus muertos?
La misa finalizo. Los soldados se disolvieron formando pequenos grupos.
- Y el botin prometido?
- Perpiñan es rica, muy rica -oyo Arnau.
- Como pagara el rey a sus soldados si ya antes no podia hacerlo?
Arnau deambulaba entre los grupos de soldados. Que le importaba a el el botin? Era la mirada de los niños lo que le importaba; la de aquel pequeño que, agarrado a la mano de su hermana, presencio como Arnau y un grupo de soldados arrasaban su huerto y esparcian el grano que debia sustentarles durante el invierno. Por que?, le preguntaron sus ojos inocentes. Que mal os hemos hecho nosotros? Probablemente los niños fueran los encargados del huerto, y permanecieron alli, con las lagrimas cayendo por sus mejillas, hasta que el gran ejercito catalan termino de destruir sus escasas posesiones. Cuando terminaron, Arnau ni siquiera fue capaz de volver la mirada hacia ellos.”

La catedral del mar

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Esta traducción está esperando su revisión. ¿Es correcto?
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“Claro, son responsables de la concentración de la orina en el riñón, del sudor y de las lágrimas, pero también son muy importantes en trastornos como la hidrocefalia, el glaucoma, la retención de líquidos, el ojo seco o la fibrosis quística. Y son prácticamente universales, existen en los microbios y también en las plantas.”

Peter Agre (1949) quimico, profesor y biólogo molecular

Comentario a Las acuaporinas son una familia de proteínas implicadas en muchos procesos fisiológicos. Sobre esta investigación recibió el Premio Nobel.
Fuente: Ruiz De Elvira, Malen. Entrevista. Publicado en El País el 15 de abril de 2009. https://elpais.com/diario/2009/04/15/futuro/1239746402_850215.html Consultado el 14 de febrero de 2019.

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“Usted tiene una lágrima en la garganta.”

Carlos Gardel (1890–1935) cantante, compositor musical y actor nacionalizado argentino, cuyo lugar de nacimiento es disputado

Enrico Caruso, que algo entendía sobre canto y técnica vocal.

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“Las lágrimas son el lenguaje silencioso del dolor.”

Voltaire (1694–1778) escritor, historiador, filósofo y abogado francés

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“El hierro sufre en lo hondo de la fragua encendida, pero hasta hoy, nadie ha visto las lágrimas del hierro.”

Leopoldo Lugones (1874–1938) poeta, ensayista, periodista y político de Argentina

Fuente: [Ortega Blake] (2013), p. 1833.

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“Las lágrimas más amargas derramadas sobre las tumbas son las palabras que no se han dicho y las obras que se han dejado de hacer.”

Harriet Beecher Stowe (1811–1896) escritora abolicionista estadounidense

Original: «The bitterest tears shed over graves are for words left unsaid and deeds left undone»
Fuente: Foster, Dayton. The Dead Do Speak To Us...: Dayton Foster. Editorial Author House, 2013. ISBN 9781481759823. p. 176.

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