Frases sobre tiempo
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“El bien no está en la naturaleza, tampoco en los sermones de los maestros religiosos ni de los profetas, no está en las doctrinas de los grandes sociólogos y líderes populares, no está en la ética de los filósofos. Son las personas corrientes las que llevan en sus corazones el amor por todo cuanto vive; aman y cuidan de la vida de modo natural y espontáneo. Al final del día prefieren el calor del hogar a encender hogueras en las plazas.
Así, además de ese bien grande y amenazador, existe también la bondad cotidiana de los hombres. Es la bondad de una viejecita que lleva un mendrugo de pan a un prisionero, la bondad del soldado que da de beber de su cantimplora al enemigo herido, la bondad de los jóvenes que se apiadan de los ancianos, la bondad del campesino que oculta en el pajar a un viejo judío. Es la bondad del guardia de una prisión que, poniendo en peligro su propia libertad, entrega las cartas de prisioneros y reclusos, con cuyas ideas no congenia, a sus madres y mujeres.
Es la bondad particular de un individuo hacia, otro, es una bondad sin testigos, pequeña, sin ideología. Podríamos denominarla bondad sin sentido. La bondad de los nombres al margen del bien religioso y social.
Pero si nos detenemos a pensarlo, nos damos cuenta de que esa bondad sin sentido, particular, casual, es eterna. Se extiende a todo lo vivo, incluso a un ratón O a una rama quebrada que el transeúnte, parándose un instante, endereza para que cicatrice y se cure rápido.
En estos tiempos terribles en que la locura reina en nombre de la gloria de los Estados, las naciones y el bien universa I, en esta época en que los hombres ya no parecen hombres y sólo se agitan como las ramas en los árboles, como piedras que arrastran a otras piedras en una avalancha que llena los barrancos y las fosas, en esta época de horror y demencia, la bondad sin sentido, compasiva, esparcida en la vida como una partícula de radio, no ha desaparecido.

Vida y Destino (Galaxia Gutenberg)”

Vasili Grossman (1905–1964) escritor ruso
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“Valora el impacto que tendrán tus actos presentes dentro de un año o más. Un resultado negativo, o incluso neutro, te hace perder el tiempo y tus recursos, te conduce al desencanto.”

Guy Kawasaki (1954) Empresario y escritor estadounidense

El arte de cautivar: Cómo se cambian los corazones, las mentes y las acciones

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“vivía en tan grato sosiego distribuyendo el tiempo entre mi trabajo, mi instrucción y mis placeres”

Jean Jacques Rousseau (1712–1778) escritor, filósofo y músico franco-helvético definido como un ilustrado

LAS CONFESIONES

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“¿Qué debemos pensar de las personas que habiéndoseles pagado sus beneficios con ingratitudes, ya no hacen bien por miedo de encontrar ingratos?". Estas personas tienen más egoísmo que caridad, por que hacer el bien sólo para recibir muestras de reconocimiento es no hacerlo con desinterés, y el bien desinteresado es el bien agradable a Dios. También hay orgullo, porque se complacen en la humildad del obligado que viene a poner el reconocimiento a sus pies. El que busca en la Tierra la recompensa del bien que hace, no la recibirá en el cielo; pero Dios tendrá buena cuenta del que no la busca en la tierra. Es necesario ayudar a los débiles siempre, aunque antes se sepa que aquellos a quienes se hace bien, no quedarán agradecidos. Sabed que si aquellos a quienes se hace el servicio olvidan el favor, Dios os lo tomará más en cuenta que si fueseis recompensados por el reconocimiento de vuestro obligado. "Dios permite que algunas veces os paguen con ingratitudes para probar vuestra perseverancia en hacer el bien". Por otra parte, ¿qué sabéis vosotros si este favor olvidado por el momento, reportará más tarde buenos frutos? Por el contrario, estad seguros de que es una semilla que germinará con el tiempo. Desgraciadamente vosotros sólo véis el presente, y trabajáis para vosotros y no para los demás. Las buenas obras acaban por ablandar los corazones más endurecidos; puede que sean desconocidas en la tierra; pero cuando el espíritu esté desembarazado de su velo carnal, se acordará, y este recuerdo será su castigo; entonces le pesará su ingratitud, querrá reparar su falta y pagar su deuda en otra existencia, aceptando a menudo una vida de abnegación hacia su bienhechor. Este es el modo cómo, sin vosotros saberlo; habréis contribuido a su adelantamiento moral y reconoceréis más tarde toda la verdad de esta máxima. Una buena obra nunca se pierde. Pero habréis trabajado también para vosotros, porque tendréis el mérito de haber hecho el bien con desinterés, sin dejaros desanimar por los desengaños. ¡Ah! amigos míos, si conociéseis todos los lazos que en la vida presente os unen a vuestras existencias anteriores, si pudiéseis abrazar la multitud de relaciones que unen los seres unos a otros para su progreso mutuo, admiraríais mucho más aun la sabiduría y la bondad del Criador, que os permite volver a vivir para llegar hasta El. (Guía protector. Sens, 1862).”

Allan Kardec (1804–1869)

El Evangelio segun los Espiritus

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“«Cuarenta años», dijo, inclinando el cuerpo hacia el micrófono que lo miraba como el ojo de una mosca. «Cuarenta años y más de diez mil caricaturas. Y déjenme que les confiese una cosa: todavía no entiendo nada. O quizás es que las cosas no han cambiado tanto. En estos cuarenta años, se me ocurre ahora, hay por lo menos dos cosas que no han cambiado: primero, lo que nos preocupa; segundo, lo que nos hace reír. Eso sigue igual, sigue igual que hace cuarenta años, y mucho me temo que seguirá igual dentro de cuarenta años más. Las buenas caricaturas tienen una relación especial con el tiempo, con nuestro tiempo. Las buenas caricaturas buscan y encuentran la constante de una persona: aquello que nunca cambia, aquello que permanece y nos permite reconocer a quien no hemos visto en mil años. Aunque pasaran mil años, Tony Blair seguiría teniendo orejas grandes y Turbay un corbatín. Son rasgos que uno agradece. Cuando un político nuevo tiene uno de esos rasgos, uno inmediatamente piensa: que haga algo, por favor, que haga algo para que pueda usarlo, que no se pierda ese rasgo en la memoria del mundo. Uno piensa: por favor, que no sea honesto, que no sea prudente, que no sea buen político, porque entonces no lo podría utilizar con tanta frecuencia.» Se oyó un susurro de risas, delgado como el rumor previo al escándalo. «Claro, hay políticos que no tienen rasgos: son caras ausentes. Ellos son los más difíciles, porque hay que inventarlos, y entonces uno les hace un favor: no tienen personalidad, y yo les doy una. Deberían estarme agradecidos. No sé por qué, pero casi nunca lo están.» Una brusca carcajada burbujeó en el teatro.”

Juan Gabriel Vásquez (1973) escritor colombiano

Las reputaciones

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“cuando estés a las puertas de la muerte seguro que no desearás haber pasado más tiempo en la oficina”

The Monk Who Sold His Ferrari: A Fable About Fulfilling Your Dreams Reaching Your Destiny

“Me acerqué a pedirle al encargado que me diera la nueva llave, me arrastré hasta mi apartamento y estudié mi nueva cerradura. Grande, metálica y brillante. No tenía ni un rasguño. Incluso la llave tenía grabada una muesca extraña, que le proporcionaba un sistema a prueba de ladrones. Chúpate esa, Su Majestad.
Abrí la puerta, entré y la cerré de nuevo. Me descalcé, estremeciéndome por el dolor en el estómago. Iba a tardar mucho tiempo en curarse por completo, pero al menos ya había dejado de sangrar.
Me había relajado. Mañana ya me preocuparía de Hugh d'Ambray, Andrea y Roland, pero de momento me sentía muy contenta. Ah, mi casa. Mi hogar, mis esencias, mi querida alfombra bajo mis pies, mi cocina, mi Curran sentado en la silla de la cocina… ¡Espera un momento!
-¡Tú! -Miré la cerradura, lo miré a él. Era demasiado bueno para la puerta a prueba de ladrones.
Con mucha parsimonia, acabó de escribir algo en un trozo de papel, se levantó y se dirigió hacia mí. Mi corazón se desbocó. Unas pequeñas chispas doradas danzaban en sus ojos grises. Me tendió el trozo de papel y sonrió.
-No puedo quedarme.
Me quedé mirándolo como una idiota.
Inhaló mi aroma, abrió la puerta y se marchó. Entonces miré el papel.
Voy a estar ocupado las próximas ocho semanas, así que lo dejamos para el quince de noviembre.
MENÚ
Quiero un filete de cordero o de venado. Patatas asadas con mantequilla dulce. Mazorcas de maíz. Panecillos. Y una tarta de manzana, como la que preparaste la otra vez. Me gustó muchísimo. La quiero con helado.
Me debes una cena desnuda, pero no soy un completo animal, por lo que puedes llevar sujetador y braguitas si lo deseas. Las azules con lazo me encantan.
Curran
Señor de las Bestias de Atlanta”

Magic Strikes

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“Mi meta en la vida es llegar a ser un adjetivo -dijo-. Que la gente vaya por ahí diciendo: «Eso era tan bankheadiano», o «Un poco demasiado bankheadiano para mi gusto».
-Bankheadiano suena bien -dijo Madeleine.
-Es mejor que bankheadesco.
-O bankheadino.
-La terminación en «ino» es horrible la mires por donde la mires. Hay joyciano, shakesperiano, faulkneriano. Pero en «ino». ¿Quién hay por ahí que sea algo terminado en «ino»?
-¿Thoma Mannino?
-Kafesco -dijo-. ¡Pynchonesco! Mira, Pynchon es ya un adjetivo. Gaddis. ¿Cómo sería para Gaddis? ¿Gaddiesco? ¿Gaddisio?
-No, con Gaddis no se puede hacer —dijo Madeleine.
-No -dijo Leonard- Ha tenido mala suerte, Gaddis. ¿Te gusta Gaddis?
-Leí un poco de Los reconocimientos -dijo Madeleine.
Doblaron Planet Street y subieron por la pendiente.
-Belloviano -dijo Leonard-. Es superbonito cuando se cambia alguna letra. Con nabokoviano no pasa: Nabokov ya tiene la «v». Y Chéjov también: chejoviano. Los rusos lo tienen fácil. ¡Tolstoiano! El tal Tolstói era un adjetivo a la espera de formarse.
-No te olvides del tolstoianismo -dijo Madeleine.
-¡Dios mío! -dijo Leonard-. ¡Un nombre! Jamás había soñado con llegar a ser un nombre.
-¿Qué significaría bankheadiano?
Leonard se quedó pensativo unos segundos.
-De o relativo a Leonard Bankhead (norteamericano, nacido en 1959). Caracterizado por una introspección o inquietud excesiva. Sombrío, depresivo. Véase caso perdido.
Madeleine reía. Leonard se detuvo y la cogió del brazo, mirándola con seriedad.
-Te estoy llevando a mi casa -dijo.
-¿Qué?
-Todo este tiempo que llevamos andando. Te he estado llevando hacia mi casa. Eso es lo que hago normalmente, al parecer. Es vergonzoso. Vergonzoso. No quiero que sea así. No contigo. Así que te lo estoy diciendo.
-Ya me lo había figurado, que íbamos a tu casa.
-¿Sí?
-Te lo iba a decir. Cuando estuviéramos más cerca.
-Ya estamos cerca.
-No puedo subir.
-Por favor.
-No. Esta noche no.
-Hannaesco -dijo Leonard-. Testarudo. Dado a posturas inamovibles.
-Hannaesco -dijo Madeleine-. Peligroso. Algo con lo que no se juega.
-Quedo advertido.
Se quedaron de pie, mirándose, en el frío y la oscuridad de Planet Street. Leonard sacó las manos de los bolsillos para encajarse la melena detrás de las orejas.
-Puede que suba sólo un minuto -dijo Madeleine.”

The Marriage Plot

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“(…) Sí, por las tardes, hacia las siete, le gusta encontrarse en un vagón de segunda mano del metro. La mayoría de los pasajeros son personas que regresan de sus trabajos. Se sienta entre ellos, trata de sorprender en sus caras el motivo de sus preocupaciones. Naturalmente, están pensando en lo que acaban de abandonar hasta mañana, sólo hasta mañana, y también en lo que les espera esta noche, lo cual les alegra o les preocupa aún más. Nadja se queda mirando fijamente algo definido: «Hay buenas personas». Más alterado de lo que quisiera mostrarme, ahora sí me enojo: «Pues no. Además tampoco se trata de eso. El hecho de que soporten el trabajo, con o sin las demás miserias, impide que esas personas sean interesantes. Si la rebeldía no es lo más fuerte que sienten, ¿cómo podrían aumentar su dignidad sólo con eso? En esos momentos, por lo demás, usted les ve; ellos ni siquiera la ven a usted. Por lo que a mí se refiere, yo odio, con todas mis fuerzas, esa esclavitud que pretenden que considere encomiable. Compadezco al hombre por estar condenado a ella, porque por lo general no puede evitarla, pero si me pongo de su parte no es por la dureza de su condena, es y no podría ser más que por la energía de su protesta. Yo sé que en el horno de la fábrica, o delante de esas máquinas inexorables que durante todo el día imponen la repetición del mismo gesto, con intervalos de algunos segundos, o en cualquier otro lugar bajo las órdenes más inaceptables, o en una celda, o ante un pelotón de ejecución, todavía puede uno sentirse libre, pero no es el martirio que se padece lo que crea esa libertad. Admito que esa libertad sea un perpetuo librarse de las cadenas: será preciso, por añadidura, para que ese desencadenarse sea posible, constantemente posible, que las cadenas no nos aplasten, como les ocurre a muchos de los que usted me habla. Pero también es, y quizá mucho más desde el punto de vista humano, la mayor o menor pero, en cualquier caso, la maravillosa sucesión de pasos que le es dado al hombre hacer sin cadenas. Esos pasos, ¿les considera usted capaces de darlos? ¿Tienen tiempo de darlos, al menos? ¿Tienen el valor de darlos? Buenas personas, decía usted, sí, tan buenas como las que se dejaron matar en la guerra, ¿verdad? Digamos claro lo que son los héroes: un montón de desgraciados y algunos pobres imbéciles. Para mí, debo confesarlo, esos pasos lo son todo. Hacia dónde se encaminan, ésa es la verdadera pregunta. De algún modo, acabarán trazando un camino y, en ese camino, ¿quién sabe si no surgirá la manera de quitar las cadenas o de ayudar a desencadenarse a los que se han quedado en el camino? Sólo entonces será conveniente detenerse un poco, sin que ello suponga desandar lo andado». (Bastante a las claras se ve lo que puedo decir al respecto, sobre todo a poco que decida tratarlo de manera concreta.) Nadja me escucha y no intenta contradecirme. Tal vez lo último que ella haya querido hacer sea la apología del trabajo.”

Nadja

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